Ciudad de México. El camino de la actuación estuvo marcado en la vida de Juan Ignacio Aranda.
Desde muy pequeño veía teatro, oía sobre otras realidades y observaba a su papá Ignacio López Tarso en cine, televisión y en diversos escenarios. Desde entonces, “el mundo y horizontes de los personajes” lo absorbieron y cautivaron.
A casi cuatro décadas de trayectoria, Aranda, también ha incursionado en cine, teatro y televisión; además de haber estudiado en el extranjero, ha interpretado innumerables personajes, recibido reconocimientos y se ha adaptado –junto con su progenitor– a las transmisiones virtuales debido a que la pandemia obligó a los actores a bajarse de los escenarios.
Para junio, López Tarso y Aranda, preparan su sexto streaming, pero sobre Fray Servando Teresa de Mier y Miguel Ramos Arizpe; el cual será una adaptación del texto de Adolfo Arrioja Vizcaíno. “Este es un diálogo entre dos frailes dominicos que se reúnen a platicar sobre la consumación de la Independencia, del Primer Imperio y del presidente Guadalupe Victoria, lo cual ocurre en una habitación de Palacio Nacional, en 1824”.
Sobre su profesión que trae en su ADN, Juan Ignacio Aranda contó a La Jornada: “empecé a actuar sin quererlo ni darme cuenta desde cuarto año de primaria, luego hice teatro en la secundaria y preparatoria; sí, desde temprana edad comencé en esta carrera, pero obviamente fue definitiva la cercanía con mi padre y de un ambiente donde se combinaban las artes escénicas y la literatura; gracias a mi mamá –quien era muy culta y leía mucho– conocí muchos libros, porque también nos los contaba”.
De hecho “sería raro que fuera ginecólogo”, pero “si no fuera actor hubiera sido piloto aviador”. Lo cierto –aceptó– es que se interesó en llegar “al corazón y la mente” de los espectadores.
Aranda, desde la adolescencia tomó clases con la maestra Aurora Molina, luego ingresó al Centro de Arte Dramático (Cadac), fundado por Héctor Azar; viajó a Inglaterra a ver teatro y, a su regreso, estudió dos años en el Centro Universitario de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde “no terminé porque debuté profesionalmente a los 22 años en Fuente Ovejuna, de Lope de Vega”.
Al paso de los años, se enfocó en perfeccionarse y comprobar cómo mejoraba actoralmente. Esto se manifiesta –relató– gracias a la complejidad de los personajes que se interpretan, los cuales deben “estar alejados de tu vida, de tu experiencia o de tu vivencia”.
Destacó: “El actor necesita un buen personaje, que te desestabilice, que busques lo que no hay en uno mismo; como los que hice en las obras Toc Toc y en Bajo terapia, o en Hidalgo. La historia jamás contada. Esas son interpretaciones que me sacan de mi familia, mi vida y edad; de entorno, contorno emotivo, cultural y social”.
Con personajes complejos, “uno va a parar a terapia”
Incluso, comentó, a veces, luego de encarnar complejos personajes “uno va a parar a terapia; he estado tres veces en ayuda sicoterapeútica, pero no sólo para el actor, sino para el personaje que hace el actor”.
Ejemplificó: “Durante 400 funciones hice una obra –agotadora– que es Bajo terapia, la cual narra la historia de un violador. Todas las noches hacíamos el montaje seis actores a una tensión y velocidad impresionantes; eso fue una capacitación terrible; o bien, haber interpretado a un sacerdote pederasta homosexual, fue muy fuerte y difícil para mí, porque meterte en esa mente te convierte en carne de experimento”.
Ignacio López Tarso, prosiguió, “hizo El rey se muere o Edipo rey; ha interpretado grandes personajes, imagínate si pudiera hacer yo uno de esos, sería maravilloso, pero no me los dan; aunque he hecho otros del clásico español y del gran teatro del mundo”.
Sin duda, en su trayectoria, la figura de su padre ha sido fundamental. “Es un eje, punto de base, apoyo, orientación y comparación. López Tarso no sólo es un padre, es un actor con quien he coincidido mucho en escena. Hemos tenido esa fortuna, porque él también lo disfruta, por eso lo comento”.
Sobre la última obra que hicieron juntos, recordó: “Una vida en el teatro fue casi escrita especialmente para mi papá; David Mamet, no la plasmó pensando en López Tarso, sin embargo, es la vida de él; pero hacer esa obra con mi padre ha sido un reto muy difícil; sin nada en escena, salvo una capa, un bastón, un tocado y un poco de lodo en la cara”.
Este montaje, recordó Aranda, “realmente le costó trabajo a López Tarso, porque era un gran esfuerzo hacer dos funciones diarias, pero él tiene energía a sus 96 años; es un hombre de edad; no es que esté enfermo, lo cuidamos y todo es preventivo; su medicina, nebulizaciones, oxigenaciones, le tomamos la presión frecuentemente; está bien atendido entre toda la familia; además le practican evaluaciones cada tres meses. Si se cuida así, no se cae, todo está en orden y si su estómago funciona bien, mi padre va a llegar a los 100; es un hombre muy fuerte y con una memoria prodigiosa”.
De hecho, puntualizó, Ignacio López Tarso “ha memorizado tantas palabras y obras, que es como una biblioteca impresionante; por eso es increíble su lucidez”.