Mientras los 215 mil vocales de las 42 mil 280 mesas receptoras de votos ultimaban preparativos para los comicios del sábado y domingo, y miles de personas viajaban a las regiones donde deben sufragar, los observadores enfatizan que la trascendencia de los resultados se hará sentir por décadas, moldeando un futuro posneoliberal incluso de manera dramática.
“¿Qué se juega Chile este fin de semana en la elección de constituyentes? Tener soberanía popular por primera vez en su historia, la posibilidad de comenzar a diseñar su propio destino, tener una constitución política legítima y de origen democrático. Es el primer paso a un Estado que pone al ciudadano como prioridad y no al mercado”, resumió Axel Callís, sociólogo y analista político de TuInfluyes.com.
Hasta hace poco más de un año, este momento constituyente no estaba en los planes de quienes ejercen el poder, entiéndase élite política y empresariado. Producto de una rabia que se incubó por décadas y permaneció invisibilizada, fue parido en una furiosa revuelta social, tan potente que cambió de la noche a la mañana la agenda del país, develando las verdades de inequidad y abuso que se camuflaban.
Mauricio Morales, académico de la Universidad de Talca, asegura que en la elección de convencionales se juega “el poder a largo plazo, porque van a redactar una constitución que estará vigente por 40 o 50 años”. Agrega que está en disputa “la vigencia de los partidos tradicionales”, hoy desafiados por candidaturas independientes que compiten fuera de los pactos electorales con buena oportunidad para entrar a la convención.
“También se juega la estabilidad democrática en tanto la capacidad que tenga la convención para canalizar parte del descontento y el malestar existente con la política. Eso en parte se conseguirá si vota buena cantidad de chilenos, y sería una gran noticia que la convención esté revestida con participación superior a 50 por ciento”, agrega Morales.
Lucía Dammert, politóloga de la Universidad de Santiago, estima que la de delegados constitucionales es “tal vez la más importante elección desde el retorno de la democracia”, y que “pase lo que pase en términos de resultados, acá habrá una mayoría que buscará un cambio en el modelo de desarrollo, el rol del Estado y el sistema político. Esas tres cosas van a suceder porque esto viene de un plebiscito aplastante de 80 por ciento por el cambio constitucional. Más allá de que salgan representantes de la derecha o de los partidos más tradicionales, el movimiento hacia la transformación ya partió y sería dramático que eso quede empantanado y que no suceda”, explica.
En cuanto a resultados dice que “habrá que mirar tres cosas”: qué tanto prima la presencia de los independientes, la representación que logren los partidos tradicionales y “cómo el arreglo para lograr la paridad de género puede dejar fuera a gente con votación importante, tanto mujeres como hombres, y ver cómo el país y la política responden”.
Está tan instalada la percepción de que el neoliberalismo no da para más, que ni siquiera los candidatos conservadores más retrógrados han osado defender abiertamente el modelo pinochetista. “Los candidatos de Vamos por Chile –que agrupa desde sectores liberales de centro derecha hasta la ultraderecha nacionalista y conservadora–, operaron en su campaña una lógica de marketing político de omisión sobre la obsolescencia de la actual constitución pinochetista”, asevera Luis Breull, analista y consultor de medios.
“Asumieron implícitamente que es un texto muerto, indefendible directamente, porque los asocia al rechazo que en el plebiscito de octubre no superó 20 por ciento. Por eso, para pasar de esa cifra al tercio de los cupos a elegir y poder así bloquear las reformas, su discurso se atomizó en temáticas particulares, defendidas de modo segmentado entre sus candidatos”, añade.
La derecha, sostiene, reivindica las reglas neoliberales en forma casuística, puntual y desagregada, para “no hacerse cargo de aparecer defendiendo la constitución actual, que tiene fecha de caducidad asumida y altísima impopularidad”.