En 2018, el PRI cometió el mayor error con de la candidatura de José Antonio Meade. El supuesto implícito fue que el voto duro no le alcanzaba al PRI para ganar y, en consecuencia, debía ensanchar su base electoral hacia el potencial voto anti-AMLO, especialmente entre los panistas. Constataban la división interna en el PAN y sobrestimaban la fuerza electoral del segmento calderonista.
En ese cálculo hubo tres errores. Primero, que el PAN dividido no levantaría cabeza y, por tanto, no disputaría el voto antipopulista. Segundo, que el voto duro priísta estaba disciplinado y se iría por donde le indicara el mando superior. Tercero, el rechazo ciudadano que ya estaba teniendo de manera aguda el presidente Peña, y que podría ser soslayado con la imagen de un personaje no priísta, honrado y ajeno al cartabón del político tradicional.
Entre dos o entre tres. El segundo error fue creer que la elección presidencial terminaría siendo una elección entre dos, como había ocurrido con todas las elecciones a partir de 1994. De inicio, más bien lo que se observaba era una gran fragmentación que impelía a las tres grandes formaciones a defender con fiereza su voto duro. No se veía algún candidato dispuesto a renunciar a favor del otro. El polo anti-AMLO estaba dividido tanto como las élites económicas.
Pero la creencia inercial de una disputa entre dos polos condujo a que la estrategia política estuviera orientada a desbancar al Frente del segundo lugar antes del inicio formal de la campaña. La ofensiva contra Anaya en febrero de 2018 buscaba beneficiarse del supuesto voto útil en contra del populismo. El resultado fue claro para cualquiera que tuviera un mínimo de instinto político: las intenciones de voto bajaron ciertamente para Anaya, pero también para Meade y quien capitalizó el pleito de los segundos fue López Obrador.
El voto amloísta. En el fondo no se entendía la naturaleza de las preferencias electorales hacia la coalición encabezada por AMLO. No se trataba de una inclinación hacia la izquierda, sino de una preferencia construida por la suma de rabia y resentimiento hacia el statu quo.
En 2021, de elecciones locales a eleccion referendaria. El primer error de los tres partidos de la alternancia –PRI, PAN y PRD– fue enredarse en la estrategia plebiscitaria de AMLO entre liberales contra conservadores, como demostró con sus intentos de poner a votación al mismo tiempo la revocación de mandato y, posteriormente, cuando no pegó eso, la consulta contra losex presidentes.
Los opositores creyeron que unificándose y replicando con la dicotomía populismo contra democracia les iría mejor. Esta dicotomía no es creíble, dados los antecedentes de los tres partidos. Sin embargo sí ayudaron a convertirla las elecciones en plebiscito, pero en los términos de AMLO.
Quién perdió en 2018. Por lo visto no se dieron cuenta de que el sistema de partidos de la alternancia se desplomó en su capacidad para gobernar. Parece cuento chino. Y en efecto, hay uno que viene como anillo al dedo.
Sin cabeza. Durante la dinastía Ming había un verdugo de nombre Wang Lun, cuya fama consistía en esperar a los condenados a muerte al pie de la escalera del patíbulo y degollar a sus víctimas mientras subían los escalones. Acariciaba una ambición: decapitar a una persona con un golpe tan certero que ésta no se diera cuenta. Al fin le llega el gran momento. Habían rodado 11 de 12 cabezas. A pesar de que la espada de Wang relampagueó, la víctima siguió subiendo los escalones y al llegar al final exclamó: cruel Wang Lun ¿por qué prolongas mi agonía, habiendo decapitado a los otros de manera rápida y piadosa? Wang, al oír que por fin la ambición de su vida se había cumplido dijo con exquisita cortesía: Simplemente haz una reverencia, por favor.
Sería bueno que los tres partidos le hiciera caso al verdugo Wan.
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