Hay larga historia de agradecimiento, respeto, cuidado y veneración a las energías del agua, el viento, la tierra y el fuego, sin las cuales no podríamos vivir, considerándolas manifestaciones de entidades sagradas.
Los antepasados de las civilizaciones andina y mesoamericana, desde su etapa nómada, veían en dichos bienes de la naturaleza expresiones de la benevolencia de Dios hacia sus pueblos y hacia las demás especies y seres del universo con quienes compartían la hermana creación. El agua es fuente de vida, al igual que los cerros proveedores por donde generalmente brota, debido a lo cual son sagrados porque expresan la presencia de la energía original de vida o Cipactli, representada en el fuego, el jaguar o la serpiente en movimiento –en Mesoamérica–, según las teologías indígenas.
Cipactli vendría a ser entonces una especie de equivalencia del Dios cristiano, de acuerdo con el teólogo y sacerdote católico zapoteco Eleazar López Hernández, del Centro Nacional para las Misiones Indígenas (Cenami, 1998).
Desde hace cinco siglos, a pesar de la imposición de la cruz cristiana como símbolo central de la nueva religión, en la raíz profunda del sistema de creencias de los pueblos originarios de América hubo una afortunada coincidencia con su propia cruz precolombina. Ésta representa los cuatro rumbos o esquinas del mundo incluyendo el ombligo o centro, donde –según los respectivos mitos antiguos– las divinidades organizan el cosmos mediante la colaboración de los humanos.
Durante el periodo clásico de las dos grandes civilizaciones de nuestro continente, la usan con frecuencia en su vida cotidiana y ceremonial, así como en su arquitectura monumental, tal como todavía es posible apreciar en las ruinas de Tachakná, en Bolivia, o en las ciudades mayas de Palenque y Toniná, en Chiapas.
Podemos afirmar, entonces, que la cruz cristiana en los lugares sagrados de veneración a la naturaleza o la madre tierra –como en los cerros, manantiales y grutas–, aun sin proponérselo, resultó en una continuación del simbolismo y de la cosmogonía precolombina.
Por ello en Yucatán, los mayas rebeldes cruzoob o seguidores de la Cruz Parlante en la mal llamada guerra de castas iniciada en Chan Santa Cruz –hoy Felipe Carrillo Puerto– en 1847, retoman sus creencias antiguas, actualizándolas como fuerza vital puesta al servicio de la defensa de su territorio y de su cultura que estaban siendo invadidos por el expansionismo desarrollista del naciente Estado mexicano.
Por ello no es casual que los mayas contemporáneos de la delegación marítima de la caravana del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) capítulo Europa proyectaron con anticipación partir precisamente el 3 de mayo del presente año –Día de la Santa Cruz– desde Isla Mujeres (Elio Henríquez, La Jornada, 4 de mayo), en Quintana Roo, llamado Chan Santa Cruz hasta 1901.
Al igual que en toda el área cultural de Mesoamérica y del mundo andino, en nuestro estado de Chiapas, de manera simultánea y respondiendo a sus propias tradiciones ancestrales, el lunes 3 de mayo se llevaron a cabo celebraciones importantes entre los mayas y los zoques contemporáneos, así como entre los maya-ladinos hispanohablantes y los zoque-ladinos urbanos –identidades de profunda raigambre indígena, aunque ocultada por el pensamiento prooccidental que se pretende hegemónico– de casi todos los pueblos y ciudades.
Entre una docena de sitios –considerados sagrados– en San Cristóbal de las Casas, podemos mencionar las de la Reserva Natural Protegida de Cuxtitali y su vertiente de Quembó –del maya tzotzil lok’em vo’ (manantial) que da origen al río Grande o río Amarillo que atraviesa la ciudad–, en la Garita, en la Almolonga, en los Humedales del Sur, en San Felipe Ecatepec, en Zacualpa, en el volcán de agua del Huitepec, en las colonias Primero de Enero y 24 de Junio, en el Manantial y antes área de humedales de La Hormiga y en el barrio antiguo del Ojo de Agua.
Al mismo tiempo que en el centro ceremonial milenario del volcán de agua del Zontevits se congregaron las autoridades civiles y los servidores rituales de las comunidades de San Juan Chamula, uno de los municipios más populosos y tradicionales de los Altos.
En Tuxtla Gutiérrez destacaron los festejos y rituales en la colonia Plan de Ayala y en Santa Cruz de Teherán, que celebra su fiesta grande o patronal. En este último caso, los ancianos recordaron que sus antepasados también iban a venerar con rituales propiciatorios en las cinco vertientes de agua que rodean el cerro proveedor de Mactumatzá, ya que ancestralmente Teherán es uno de los pueblos más cercanos a dicha montaña sagrada, cuyos mantos acuíferos le dieron, sin lugar a duda, el nombre de Santa Cruz.
Este ensayo pretende contribuir al reconocimiento de las raíces profundas de las identidades socioculturales de nuestros pueblos, al mismo tiempo que busca hacer visibles a estos miles de “guardianes de la memoria antigua”.