Madrid. La iconoclasta Marina Abramovic, quien subvierte el lenguaje y ha hecho del performance y video-arts su vía de expresión, fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes. Es un reconocimiento, según el acta del jurado, a una trayectoria “en permanente cambio” y con un trabajo que “ha dotado a la experimentación y a la búsqueda de lenguajes originales de una esencia profundamen-te humana”.
Abramovic, nacida en Belgrado el 30 de noviembre de 1946, atestiguó el discurrir más amargo de la Europa de la segunda mitad del siglo XX y, en concreto, de una de las regiones más convulsionadas, los Balcanes, con sus guerras civiles intestinas, su lucha por la libertad ante la opresión del régimen comunista y el telón de acero. Pero Abramovic siempre buscó e incursionó en un lenguaje no directamente político, aunque sí comprometido, en el que sobre todo se interesó por las vanguardias, los nuevos lenguajes audiovisuales que utilizaba como plataforma para hacer sus grandes y vigentes cuestionamientos sobre el orden del mundo, las injusticias, las opresiones y la crudeza de un mundo a la deriva.
El jurado del galardón explicó que “la obra de Abramovic es parte de la genealogía del performance, con un componente sensorial y espiritual antes desconocido”.
Y, añade, “la valentía de Abramovic en la entrega al arte absoluto y su adhesión a la vanguardia ofrecen experiencias conmovedoras que reclaman una intensa vinculación del espectador y la convierten en una de las artistas más emocionantes de nuestro tiempo”.
La biografía de la serbia premiada se inició en la Academia de Bellas Artes de Belgrado, donde estudió entre 1965 y 1970 y completó sus estudios de posgrado en la Academia de Bellas Artes de Zagreb (Croacia, 1972). Entre 1973 y 1975 enseñó en la Academia de Bellas Artes de Novi Sad. En 1976 abandonó Yugoslavia y se instaló en Ámsterdam. En esta ciudad conoció al performancero germano-occidental Uwe Laysiepen, Ulay, con el que empezó a colaborar explorando los conceptos de ego e identidad artística, las tradiciones de sus respectivos patrimonios culturales y el deseo del individuo por los ritos. Se vestían y comportaban como gemelos y crearon una relación de completa confianza. En 1988 decidieron hacer un viaje espiritual, The Great Wall Walk, con el que concluiría su relación: ambos caminarían por la Gran Muralla china, comenzando cada uno por el extremo opuesto y encontrándose en el centro para darse un último abrazo.
Según la crítica, el trabajo de Abramovic explora “los límites del cuerpo y la mente” a través de performances arriesgadas y complejas en una constante búsqueda de libertad individual. Empezó su carrera en el performance en los años 70. Después de sus primeras actuaciones en solitario, Rit-mo 10 (1973), Ritmo 5 (1974), Ritmo 2 (1974) y Ritmo 0 (1974), y tras conocer a Ulay, ideó con él una serie de trabajos en los que sus cuerpos creaban espacios adicionales para la interacción con la audiencia: Relation in Space, Relation in Movement y Death Self. En 1997 presentó la pieza Balkan Baroque en la Bienal de Venecia, por la que recibió el León de Oro a la mejor artista. En 2005 presentó en el Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, Seven Easy Pieces, en la cual, durante siete noches consecutivas, recreó los trabajos de pioneros del performance en los años 60 y 70, además de dos obras propias, Lips of Thomas y Entering the Other Side (1975 y 2005, respectivamente).
En 2010 se inauguró en el MoMa de Nueva York una gran retrospectiva de su obra que incluyó registros en video desde la década de los 70, fotografías y documentos, una instalación cronológica con la recreación por actores de acciones realizadas previamente por Abramovic y la presentación más extensa que alguna vez hizo: 716 horas y media sentada inmóvil frente a una mesa en el atrio del museo, donde los espectadores eran invitados por turno a sentarse frente a ella, a compartir su presencia. En 2013 se estrenó el documental sobre esta retrospectiva La artista está presente, dirigido por Matthew Akers, que fue nominado a mejor documental en el Independent Spirit Awards 2013 y recibió el Premio del Público al mejor documental en el Festival de Cine de Berlín 2012. En 2011 estrenó Life and Death of Marina Abramovic, con montaje de Robert Wilson, un cruce entre el teatro, la ópera y el arte visual. En 2016 publicó su autobiografía Walking Through Walls (Derribando muros) y en 2018 debutó como directora de escena operística en la obra Pelléas et Mélisande en la Ópera de Flandes.
En 2020 estrenó Seven Deaths of Maria Callas, un montaje operístico en torno a la figura de la diva; ese mismo año, la Royal Academy of Arts programó una retrospectiva sobre su obra que debió ser pospuesta a 2023 por la pandemia de Covid-19.