Nueva York. Estados Unidos declaró la guerra contra México, su primera incursión militar en otro país, hace 175 años este 13 de mayo, acusando que los mexicanos se habían atrevido a enfrentar a militares estadunidenses, con políticos y medios calificando a los mexicanos como “imbéciles” y “criminales”.
Lo que no se cuenta tanto sobre esa guerra es la oposición dentro de Estados Unidos y entre las tropas a la aventura imperial. Esas historias vinculan las luchas de afroestadunidenses y latinos y otros contra el histórico racismo sistémico dentro de este país hasta hoy, así como el debate sobre la relación bilateral.
Desde que llegó a la presidencia en marzo de 1845, James Polk -un esclavista- había preparado la justificación de una guerra con México con el fin de anexar Texas y California, pero faltaba un pretexto. Éste apareció cuando un patrullaje de tropas estadunidenses fue enviado en abril de 1846 a territorio mexicano entre el Río Nueces y el Río Bravo y ante ello fuerzas mexicanas respondieron causando bajas estadunidenses. Al recibir las noticias del enfrentamiento, Polk solicitó al Congreso una declaración de guerra acusando que México “invadió nuestro territorio y derramó sangre estadunidense sobre tierra estadunidense”. El 13 de mayo, el Congreso aprobó de manera abrumadora la declaración de guerra.
La posibilidad de una guerra con México ya se había contemplado desde que Texas se había declarado independiente en 1836 con un objetivo claro, en palabras del líder de esa rebelión Stephen Austin (cuyo nombre lleva la capital de ese estado): “Texas tiene que ser un país con esclavos”. México había abolido esa práctica en 1829.
El futuro imperial del país estaba al centro del debate político entre las cúpulas de Estados Unidos al abordar el tema de anexar a Texas, recuerda el historiador Greg Grandin en su libro El fin del mito. En 1836 el ex presidente y entonces diputado, John Quincy Adams, en un discurso contra una eventual guerra contra México por Texas increpó al entonces presidente de cámara, el mismo James Polk: “¿No es cierto que usted, un anglosajón, dueño de esclavos y exterminador de indígenas, odia al mexicano-español-indígena, emancipador de esclavos y abolicionista de esclavos?". Advirtió que en una guerra contra México, “las banderas de la libertad serán las banderas de México, y las banderas de usted, me sonroja decir la palabra, serán las banderas de la esclavitud”.
Polk llegó a la presidencia en marzo de 1845 afirmando que el anexo pendiente de Texas haría “segura” a la frontera y llevaría a la “paz perpetua”. Poco más de un año después, declaró la guerra a México, una que el general Ulysses S. Grand calificaría después como “una de las guerras más injustas jamás realizadas por una nación más fuerte contra una más débil”.
Y una de las más brutales con violaciones de mujeres, asesinatos de civiles y tácticas de terror incluyendo la destrucción de iglesias y hasta panteones por fuerzas estadunidenses encabezadas por Zachary Taylor, futuro presidente de Estados Unidos,
Mientras tanto, los medios de la cúpula y varios políticos nutrían el apoyo a la guerra al calificar a mexicanos en términos racistas como “degenerados” “bárbaros” e “imbéciles” que serían derrotados fácilmente.
Disidentes
Entre las voces que se oponían a la guerra destaca la del gran intelectual, líder abolicionista y ex-esclavo Frederick Douglass quien la calificó como “una guerra contra la libertad, contra el negro y contra los intereses de los hombres trabajadores de este país y un medio para extender la maldición más grande, la esclavitud de los negros”.
Durante la guerra, en 1848, en un editorial en el periódico editado por Douglass, North Star, no sólo aborda el tema de la esclavitud en la guerra sino el de clase, señala el historiador Howard Zinn. En el editorial, se critica el consenso de las cúpulas por la guerra “desgraciada, cruel y desigual contra nuestra república hermana” y lamenta que “México parece ser una víctima condenada a la codicia y el amor de dominio de los anglosajones”.
El editorial condena que “los gemidos de hombres masacrados, gritos de mujeres violadas, y el llanto de niños huérfanos no deberían provocar piedad de nuestro corazón nacional, sino mejor servir como la música para inspirar a nuestros galantes soldados a realizar actos de crueldad, codicia y sangre…”. Concluye con un exhorto: “que la prensa, el púlpito, la iglesia, la gente en general se una de inmediato… llamando por el retiro instantáneo de nuestras fuerzas de México. Esto podría no salvarnos, pero es nuestra única esperanza”
Zinn cuenta que también hubo motines de soldados contra sus oficiales, con más de 9 mil desertores. Pero los más famosos entre éstos por su rebelión contra la guerra estadunidense fueron inmigrantes irlandeses enviados como carne de cañón a la guerra y quienes se sumaron a la resistencia contra la invasión en el Batallón de San Patricio. Estos disidentes distribuyeron volantes convocando a inmigrantes -alemanes, franceses e irlandeses católicos- a sumarse a la causa afirmando que “la nación americana realiza una guerra muy injusta contra los mexicanos y ha tomado a todos ustedes como instrumentos” de ese esfuerzo, e instó a que rehusaran estar en las filas de “aquellos que proclaman la esclavitud con un principio constitutivo de la humanidad”.
Otra voz distinguida en oposición fue Henry David Thoreau, quien fue encarcelado en julio de 1846 por no pagar sus impuestos porque se negaba a financiar la guerra “inmoral” contra México. Herman Melville, entre otros más, también se pronunciaron contra la guerra.
Abraham Lincoln, congresista novato, también se opuso pero a fin de cuentas su partido aprobó financiar la guerra.
Sus voces siguen vigentes 175 años después en los grandes debates actuales sobre el racismo sistémico en Estados Unidos, la inmigración y la relación bilateral México-Estados Unidos.