Madrid. En la época del desastre, como si fuera el escenario de una ópera apocalíptica que avisora la esperanza en mitad de la devastación y la decadencia, el Teatro Real de Madrid se mantiene vivo, con una programación casi inalterada, con sus puertas abiertas y, sobre todo, con el telón levantado para dar esa función de cada día que da sentido a tantos artistas, técnicos, trabajadores y gestores que hacen posible el milagro de la ópera.
En justo reconocimiento, el Teatro Real de Madrid fue designado el Mejor Teatro de Ópera en los International Opera Awards, que son los galardones más prestigiosos del género.
Los directivos, trabajadores, sindicalistas y artistas del Teatro Real se embarcaron en un mismo reto a las pocas semanas de iniciada la pandemia del Covid-19, que ha paralizado o suspendido a la gran mayoría de los teatros del mundo y ha provocado algo que ni siquiera habían conseguido las guerras mundiales o las cruentas y numerosas guerras civiles en Europa o América Latina: silenciar el telón. Bajarlo de forma indefinida.
El reto de abrir pronto y con la mayor seguridad posible, pero también manteniendo la calidad de la programación, se logró gracias a una idea simple, pero que caló muy hondo en la corta pero comprometida plantilla que forman parte de la maquinaria del Teatro Real: es mucho más caro tener cerrado un teatro de ópera que abrirlo con todos los gastos y modificaciones que suponen las medidas de protección, los aforos limitados, las complicaciones de las pruebas periódicas para conocer el estado de salud de sus trabajadores. Y así lo hicieron. Y así se convirtieron en el único teatro del mundo que no sólo mantenía la mayor parte de su programación en medio del desastre pandémico, sino que era capaz de hacer nuevas producciones, de estrenar títulos y de mantener en cartel y de forma simultánea dos óperas que alta dificultad técnica y logística, como son Siegfrid, de Richard Wagner, y Peter Grimes, de Benjamin Britten.
El Teatro Real es una institución mediana si se compara con otros colosos europeos y estadunidenses. Su presupuesto es de 60 millones de euros anuales, lo que vendría a ser un gasto similar al de un teatro de ópera de una ciudad mediana de Alemania. Su cantidad de trabajadores es más pequeña, no tiene una plantilla fija de grandes figuras y ni la orquesta ni el coro forman parte de la estructura orgánica de la institución. Su financiamiento es 70 por ciento de recursos propios y 30 por ciento aportación del Estado español, a través del ministerio de Cultura del gobierno central, los presupuestos de la comunidad y el ayuntamiento de Madrid.
Una de las claves para subir el telón en medio de la pandemia es precisamente la juventud de su edificio. El inmueble fue reinaugurado en 1997 después de una renovación del original, que databa de 1850, pero que había estado cerrado varias décadas por la ausencia de un proyecto sólido para subsanar daños en su estructura. El nuevo Teatro Real nació con una serie de sistemas arquitectónicos y de diseño muy novedosos, entre otros uno que en esta época se ha convertido en un aliado esencial para levantar el telón: el sistema de ventilación. A diferencia de otros teatros de ópera, que utilizan ventiladores que hacen circular el aire interior por todo el inmueble antes de su evacuación, el del teatro madrileño consiste en un sistema ascendente, que permite que en cada butaca se limpie el aire individual sin que se mezcle entre sí. Eso y otras numerosas adecuaciones para la vida cotidiana actual que se han implementado permi-ten que siga funcionando y que se haya convertido en una referencia internacional al mantener su programación y ser, durante varios meses, el único teatro de ópera del mundo con funciones regulares.
Por todo ese esfuerzo, en el Teatro Real de Madrid se celebró con especial alegría la concesión de tres premios en el International Opera Awards, que es la cita anual de los galardones más prestigiosos del mundo de la ópera, en la que se hizo mención especial al trabajo realizado durante la pandemia, al convertirlo “en símbolo de fortaleza, creatividad y esfuerzo en el panorama internacional”.
El Teatro Real competía en la categoría de Mejor Compañía de Ópera con la Royal Opera House (Londres), la Finnish National Opera (Helsinki), la Ópera de Frankfurt, Opéra Comique (París) y La Monnaie/De Munt (Bruselas).
El Teatro Real estrenó, en 2019, nuevas producciones de Idomeneo, de Mozart (con Ivor Bolton en la dirección musical y escénica de Robert Carsen, nominado también en esta edición como Mejor Director de Escena); Falstaff, de Verdi (con Daniele Rustioni y Laurent Pelly); Capriccio, de Richard Strauss (con Asher Fish y dirección de escena de Christof Loy) e Il Pirata, de Bellini (con Maurizio Benini y Emilio Sagi). Ese mismo año comenzó la tetralogía wagneriana con El oro del Rin (con Pablo Heras-Casado y Robert Carsen); se estrenó La Calisto, de Cavalli (con Ivor Bolton y David Alden); regresó Dido & Aeneas, de Purcell (Christopher Moulds/Sasha Waltz), y se presentaron títulos tan populares como Il Trovatore (Maurizio Benini / Francisco Negrín) y Don Carlo (Nicola Luisotti / David McVicar), de Verdi, y L’elisir d’amore, de Donizetti (MarcPiollet/Damiano Michieletto), además del estreno absoluto de Je suis narcissiste, de Raquel García Tomás.