La relación con Estados Unidos ha sido siempre la más relevante para México. En el siglo XIX moldeó nuestra geografía política y creó una suerte de agravio insuperable en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad, que se transmite de generación en generación. De todas las vecindades asimétricas en el mundo, la nuestra es probablemente la más clara, la más compleja, pero al mismo tiempo la más relevante en términos de desarrollo regional compartido.
Estados Unidos delineó, a partir de una política expansionista y de enorme injerencia –al grado de invasión– la manera en que México ve a su vecino del norte. Un vecino que necesitamos y, aunque se olvide y a veces se soslaye, también nos necesita. La integración económica regional en el último cuarto de siglo ha sido tal que las cadenas de suministro, la productividad y los precios en ese país están marcados por los lazos económicos con México. Estamos en cada automóvil que conducen, en cada restaurante, en la mesa, en la cocina, en terrenos inimaginables como la innovación tecnológica o la pantalla a través de la cual ven su actividad deportiva más relevante, como el Supertazón. México tiene una presencia viva y constante en territorio estadunidense.
En los próximos años, los hispanos seremos la primera minoría racial en esa nación vecina. Pronto, por qué no, tal vez un presidente llevará un apellido mexicano. Vaya revancha histórica contra el general Scott. México gana terreno del otro lado de la frontera; el mejor ejemplo es la cantidad histórica de remesas, que han sido un verdadero salvavidas económico para millones de familias en medio de la crisis económica que desató la pandemia. Cuarenta mil millones de dólares al año y subiendo, solidaridad pura de nuestros paisanos.
A México le interesa cerrar la brecha enorme con su vecino del norte. Por eso la nueva generación de nuestro acuerdo comercial, el T-MEC, es y debe seguir siendo un esfuerzo para atraer y aumentar inversiones. A Estados Unidos le interesa controlar el flujo migratorio (no solamente el nuestro, sino el de toda América Latina) y mitigar el riesgo que representan los cárteles de la droga, con presencia relevante en cada estado.
Sin duda, la presidencia de Donald Trump fue un paréntesis terrible en una historia de respeto mutuo a lo largo de las últimas décadas. Que una parte importante del electorado estadunidense, particularmente los republicanos más radicales y las muchas derechas que convergen en el trumpismo, siga viéndonos como amenaza y enemigo incentiva a la clase política de ese país a usar a México como pretexto. El muro fue el ejemplo gráfico de esto. Trump se ha ido, pero su discurso sigue vivo y presente. Basta analizar la narrativa republicana que pelea hoy por la gubernatura de California para entenderlo.
En ese contexto de complejidades, con altas y bajas en la relación, con coyunturas que hacen la frontera más marcada, México y Estados Unidos deben trabajar juntos –aprovechando la fuerza y la competitividad de cada uno– para hacerle frente junto a Canadá, a la amenazante China que sigue creciendo, fortaleciendo su economía, desarrollando tecnología, apostando de forma casi obsesiva a la educación. China, a diferencia de otros países que le han podido hacer sombra a Estados Unidos, es también una potencia cultural. Con sus propios códigos, arte y maneras. Puede convertirse no en el Estados Unidos del siglo XX, sino en la Inglaterra del siglo XIX, un colonialismo digital, económico y geopolítico con trazos racistas inquietantes para todo el mundo, particularmente el occidental.
El único polo que puede hacer frente a la China que emerge y domina es Norteamérica. No Estados Unidos, no México, Norteamérica. Por eso es fundamental aprovechar la llegada de una nueva administración en el país vecino del norte, que sabe del valor de México y los ciudadanos. Al final, para efectos económicos, somos 160 millones de personas; unos allá, otros acá, todos unidos por cultura, historia, trabajo y familia.
En el siglo de las migraciones, Estados Unidos depende de México para preservar su seguridad interior y control fronterizo. Es una ventaja inédita por dimensión y volumen. El T-MEC y su antecedente, el TLC, han construido una red de proveduría que emplea a millones y garantiza mejores precios y oferta de productos.
La dramática y muchas veces injusta historia entre ambos países hace que veamos a Estados Unidos con los ojos de otro siglo.
El siglo XXI estará marcado por nuestra capacidad de trabajar juntos. Podemos ser la primera región económica del mundo o ver pasar al Dragón a toda velocidad por la frontera.