Moscú. Con pandemia o sin ella, Rusia no podía dejar de conmemorar con un magno desfile militar en la Plaza Roja de Moscú el Día de la Victoria sobre el nazismo, la fiesta más entrañable para el pueblo ruso, cuyo aniversario número 76 se cumplió ayer.
En breve discurso, el presidente Vladimir Putin sostuvo que “no hay perdón ni justificación para quienes incuban hoy planes de agresión, basándose en sus ideas de superioridad racial y nacional, de antisemitismo y odio a Rusia, y forman una banda de verdugos que no han sido aniquilados, que tienen seguidores y emprenden intentos de rescribir la historia, de exonerar a traidores y criminales que tienen manchadas las manos con la sangre de cientos de miles de civiles”.
Para Putin, “no hay que olvidar que esta gran hazaña (de vencer al nazismo) la hizo el pueblo soviético, que en los momentos más difíciles de la guerra, en las batallas cruciales que determinaron la derrota del fascismo estuvo solo”, dando a entender que los aliados se incorporaron a los combates cuando ya estaba decidido el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Desde luego, en esta ocasión se tomaron las debidas precauciones y los 12 mil soldados que participaron en la parada militar recibieron las dos dosis de la vacuna contra el Covid-19, igual que muchas de las personas que ocuparon la tribuna de autoridades y las de invitados especiales, sin faltar los que, al no estar inoculados, se sometieron a 14 días de cuarentena en sanatorios pagados por el Kremlin o presentaron una reciente prueba PCR negativa.
Y de no hacerlo así se hubiera puesto en riesgo una tradición que cada año, desde 1945, se cumple en este país para rendir homenaje a los millones de soviéticos que entregaron su vida para derrotar a los agresores de la Alemania hitleriana y liberar Europa, hasta izar la bandera roja sobre el Reichstag en Berlín, del yugo fascista.
Ciertamente, al desintegrarse la Unión Soviética y volcarse Rusia, en tiempos de Boris Yeltsin, a la caótica etapa de transición del socialismo al actual capitalismo, la tradición del desfile conmemorativo se suspendió durante 17 años y sólo a partir del 9 de mayo de 2008 se celebra cada año, como era antes.
Marcharon ayer, como es habitual desde hace 13 años, destacamentos de todas las ramas de las fuerzas armadas de Rusia en una ceremonia que es –al mismo tiempo– reconocimiento del histórico armamento que llevó a la Victoria y, sobre todo, un recordatorio del poderío militar de este país con la exhibición de diferentes variedades de carros blindados, tanques, piezas de artillería móviles, sistemas de defensa antiaérea y misiles tácticos y estratégicos, en total 190 unidades, que forman parte de su arsenal.
No se mostró, esta vez, ningún tipo de armamento nuevo, salvo el carro blindado Taifun al servicio de las fuerzas de defensa antiaérea, y el desfile se cerró con helicópteros artillados, cazabombarderos, bombarderos, aviones de transporte y estratégicos portadores de misiles nucleares que surcaron el nublado cielo de Moscú, 76 aparatos uno por cada año desde 1945.
Imomali Rajmon, presidente de Tayikistán, el único jefe de Estado extranjero que asistió ahora, acompañó a Putin, su anfitrión, a depositar una ofrenda floral ante la tumba del soldado desconocido y un ramo de claveles rojos en el monolito dedicado a cada ciudad-héroe, título honorífico que recibieron las ciudades que sufrieron más durante la guerra.
Cada año, a partir de la anexión de Crimea en 2014, es más notoria la tendencia a declinar la invitación del Kremlin. Hace 16 años, al conmemorarse el 60 aniversario de la Victoria, vinieron a Moscú 53 jefes de Estado, entre ellos los de China, Estados Unidos, Francia, Alemania, India y Japón, y los dirigentes de la ONU, la UNESCO y la Unión Europea.