Hay artistas olvidados en la historia del arte mexicano. Es el caso del pintor y grabador Amador Lugo (1921-2002), para quien pidieron justicia la historiadora del arte Laura González Matute y el crítico Luis Ignacio Sáinz al participar en un conversatorio organizado por el Museo Nacional de la Estampa (Munae), dentro de la Noche de Museos, con motivo del centenario natal del artista guerrerense cumplido el pasado 12 de abril.
“Hay que darle ese lugar que se merece”, expresó González Matute, mientras Sáinz aseguró que “nunca será demasiado tarde. No todo son ‘los tres grandes’ o la Escuela Mexicana de Pintura”.
“Cuando hay una investigación a fondo y un coleccionista que logra recabar su obra, se puede hacer no sólo una gran exposición, sino dar a conocer a estos artistas que han sido relegados”, agregó González Matute. El Munae resguarda un centenar de sus obras, realizadas en diferentes técnicas, principalmente xilografía y grabado en linóleo.
Lugo ha pasado a la historia como paisajista, pero “de todo”, de lo rural, de lo urbano, de lo onírico y de los intersticios de la mente humana. También fue retratista, abordó temas como el desnudo, el costumbrismo y, en un momento dado, la crítica social.
Nacido en el pueblo de Santa Rosa, ubicado en la municipalidad de Taxco, Lugo se trasladó a esta ciudad para continuar sus estudios de primaria, y a los 11 años entró a la Escuela al Aire Libre de Pintura, fundada por el pintor japonés Tamaji Kitagawa en 1932.
Artista de plástica verosímil
Una década después, Lugo se mudó a la Ciudad de México con una recomendación de Kitagawa para la galerista Inés Amor. Ingresó a la Escuela Nacional de Artes del Libro, donde estudió grabado con Carlos Alvarado Lang. Según Sáinz, un “punto cenital en el desarrollo del pintor fue su participación en la exposición-concurso organizado en 1949 por la Galería de Arte Mexicano y el periódico Excélsior”.
Para el escritor, “una de las características que más me seduce de Lugo es su capacidad de mirar distanciado de la realidad sin intentar mimetizarla. Nunca quiere ser realista, hace una plástica verosímil. Siempre hay algún elemento mágico o novedoso. Hay un giro en su obra, aun en situaciones que son absolutamente de nota roja, como en el incendio de una vecindad en la colonia Doctores.
“Puede ser crítico; sin embargo, nunca sucumbe a esta beligerancia discursiva del Taller de Gráfica Mexicana, aunque trabaje también con ellos. Por eso busca otros espacios institucionales, porque quiere hacer, no ser visto. Se entrega en la visibilidad de su obra.”
Lo suyo “no es un paisajismo idílico, sino que trata de mostrar el paisaje después de la batalla o de una intervención irracional en su explotación. Sus cuadros nos demuestran que la inteligencia de Lugo es ser un pincel sin malicia. Es moverse en la geografía carente de adjetivos. Es un ser sensible y pensante. Busca que reflexionemos sobre el sentido posible de cada una de sus piezas”.