Madrid. Se apagó una de las voces fundamentales de la poesía española del siglo XX, José Manuel Caballero Bonald. Nacido en Jerez de la Frontera en 1926, murió a los 94 años de edad en su casa de Madrid, donde vivía recluido hace más de dos años por las secuelas que había tenido en su propio cuerpo un cáncer de piel. Su esposa, Josefa Ramis, informó de su fallecimiento con un escueto “Se acabó”, tal y como escribió a un grupo de amigos que ya eran conscientes de la precaria salud y de la proximidad de la muerte del polígrafo, Premio Cervantes 2012 y antifranquista infatigable.
El poeta gaditano incursionó en oficios y géneros con brillantez y lucidez. Fue eslabón fundamental de la llamada Generación de los 50, esa escuela literaria que revitalizó la poesía española en la segunda mitad del siglo, con nombres como Francisco Brines , Carlos Barral, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Ángel González, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma. Su voz y su figura formaron parte de la actualidad literaria y política de la España en las postrimerías del franquismo, durante la transición y por supuesto durante la democracia, ya sea como editor, profesor de literatura, lexicógrafo, productor musical o simplemente el poeta que lee sus versos en algún recital y revisa sus memorias en voz alta.
Poco antes de que iniciara la pandemia del Covid-19, el propio Caballero Bonald decidió por voluntad propia aislarse en su casa, de la que apenas salía y también dejó de participar en actos públicos o hacer declaraciones. Todo lo que tenía que decir o responder, que era muy poco, lo hacía a través de su hoy viuda, Josefa Ramis. El motivo de su enclaustramiento voluntario fue el avance de la enfermedad, el cáncer de piel, que le estaba dejando cada vez más secuelas que prefirió guardar en la intimidad.
Caballero Bonald nació en 1926, por lo que con tan sólo 10 años de edad fue testigo de excepción de la Guerra Civil española (1936-1939) y, posteriormente, del largo periodo de oscuridad que representó la dictadura de Francisco Franco (1939-1976). En esa época vivió lo que en su poemarío Entreguerras llamó “el hambre, el miedo, el frío, las zozobras…” La guerra, la severidad del régimen totalitario, la miseria y la persecución al libre pensamiento, fueron algunos de los hechos que marcaron la obra de un escritor vital, que también, como poeta y memorialista, ha escrito sobre su infancia, sus amores, sus autores de referencia, sus experiencias de escritor “provinciano” en Madrid. Además de filólogo e intelectual crítico y comprometido, siempre militó en favor de la justicia social, la democracia y la libertad desde su ideología, abiertamente de izquierda.
Entre sus libros más destacados están su antología poética Vivir para contarlo, así como los poemarios Descrédito del héroe, Diario de Argónida, Somos el tiempo que nos queda o Manual de infractores. Entre sus novelas destacan Dos días de septiembre, con la que obtuvo el premio Biblioteca Breve, así como Ágata ojo de gato, Toda la noche oyeron pasar pájaros, En la casa del padre y Campo de Agramante.
También fue profesor de literatura española en la Universidad Nacional de Colombia y en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College, director literario de la Editorial Júcar, subdirector de Papeles de Son Armadans y trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española. Además, dirigió un sello discográfico y editó en 1966 un Archivo del cante flamenco, compuesto de una monografía y una serie de grabaciones en directo.
En su larga y prolífica vida también fue presidente de la sección española del PEN Club Internacional, cargo del que dimitió en 1981, y en 1998 creó la Fundación que lleva su nombre. En su honor se instituyó en 2004 el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald. Recibió algunos de los premios literarios más importantes de nuestra lengua, como el Cervantes en el 2012, el Adonis de Poesía o el Reina Sofía de Poesía.
Algunas de las anécdotas que le gustaba recordar durante su lucha antifranquista fue la forma en la que él mismo conoció a algunos autores que el régimen tenía censurados y que fue gracias al Fondo de Cultura Económica (FCE) de México y a la librería que abrió en Madrid en 1963, como empezaron a circular de forma clandestina textos de escritores del exilio o comprometidos políticamente.
Así lo contaba: “Cuando Javier Pradera se erige en el director de la filial del FCE en Madrid, una nueva propuesta de libertad se intercala en aquel clima de represión y cortapisas. Quienes los que entonces frecuentábamos la librería México –aún no se llamaba Juan Rulfo– no olvidamos por ejemplo aquel coctel molotov que estalló junto a los escaparates. Los cristales rotos y los libros quemados hicieron las veces de símbolos de la brutalidad de los fanáticos. Tengo también muy presente la actitud noble y justiciera del FCE cuando decidió cerrar la librería y vaciar de libros los escaparates en protesta por los últimos fusilamientos del gobierno franquista. Justo cuando murió el dictador volvió a abrir. Lo que también fue una visión ciertamente expresiva”.