Antes de que la democracia, a escala mundial, acumulara tantos pecados y se convirtiera en dictablanda, esa emperifollada pariente de la dictadura, los metidos a políticos exhibieron no sólo capacidad de compromiso y sentido de dignidad sino redaños para dar testimonio de congruencia entre lo que prometían y lo que lograban, entre la palabra empeñada y el coraje para llevar a cabo lo prometido. Después, el planeta se tornó demasiado ruidoso sobresaturándose de imágenes, colores, anuncios y tecnologías, cediendo el de por sí estrecho espacio de la ley al llamativo sillón del dinero. Fue el comienzo del fin del bien intencionado sistema social que aspiraba a una menor desigualdad entre las personas, no por dádivas sino por contar con instrucción y tener posibilidades de una vida digna mediante trabajo bien remunerado. De ser compromiso de muchos, la democracia se volvió negocio de pocos pero con la posibilidad de cambiar de una empresa-partido a otra.
Hoy muchos se rasgan las vestiduras porque en las próximas elecciones varios toreros aspiran a una diputación o a una alcaldía, como si fuera opción exclusiva de futbolistas y actores, cantantes y luchadores e ignorando el dignísimo desempeño que en ambos cargos, en varias ocasiones, tuviera el Faraón de Texcoco Silverio Pérez, cuando el Revolucionario Institucional era el amo y señor del sistema político mexicano hasta que, por exceso de insensibilidad social, carencia de líderes y falta de autocrítica, tuvo a bien dormirse en sus laureles.
Como se han dormido hasta nuevo aviso y si la sana distancia lo permite, taurinos y autoridades en su responsabilidad de preservar, vigilar y hacer repuntar una tradición mexicana con casi 500 años de antigüedad que se debe −se debió pero nadie quiso− proteger a nivel cultural, ecológico, económico y político. Más pecados de la democracia mal entendida.
Olvida el electorado que estos multimillonarios gastos de conmovedoras campañas de partidos políticos y candidatos −propaganda fallida y egos logrados− es posible gracias al pago de impuestos de la ciudadanía, no a donativos de simpatizantes. El otro aspecto de estas posturas partidistas e imposturas democráticas es que la población pasó del hartazgo masivo al desinterés preocupante, habida cuenta de que con el llamado marketing político el arte de la oratoria, de conmover y persuadir a los oyentes, pasó de moda.
A falta de convicciones y de carisma, el grueso de los aspirantes a cargos es entrenado por su respectivo partido para mentir y prometer durante su campaña ya que después la ciudadanía no los vuelve a ver. De ahí la necesidad de echar mano −escoja partido− de candidatos no profesionales pero con una popularidad más prestigiada, un discurso menos lamentable y unas intenciones más honestas hasta que el sistema los atrape y haga a su imagen y semejanza.
Los diestros tlaxcaltecas Uriel Moreno El Zapata, aspira a ser diputado local del PRD por el distrito III, José Luis Angelino quiere ser alcalde de Tetla, por el nuevo partido Fuerza por México, y el perseverante Rafael Ortega, matador en retiro, busca la alcaldía de Apizaco, también por el partido que postula a Angelino.
Los matadores yucatecos Lupita López, intenta ser diputada por el PRD, y Michelito Lagravere, al igual que el rejoneador Cuauhtémoc Ayala, aspiran al mismo cargo sólo que por el partido Fuerza por México de Pedro Haces, empeñado en forjar nuevas generaciones de políticos toreros. No hay ninguno por Morena, así que no la tienen fácil.