Las normales rurales han logrado sobrevivir a los obstáculos que han enfrentado desde su creación en 1922, entre ellos la falta de recursos y la carencia de servicios básicos, como agua potable e instalaciones adecuadas, además de que consolidaron proyectos educativos innovadores para la atención de la población de los sectores más vulnerables, en especial de campesinos e indígenas, destacó Alicia Civera Cerecedo, del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional.
En la primera conferencia magistral del seminario Centenario de las normales rurales: Procesos, miradas y latitudes (1922-2022), convocado por el Consejo Nacional de Autoridades de Educación Normal y la Dirección General de Educación Superior para el Magisterio, la investigadora subrayó que, a casi un siglo de su creación, esas escuelas siguen vigentes como modelos formativos con una visión social y cultural diferente.
En sesión virtual, presenciada por profesores y alumnos normalistas, autoridades del sector y directores de normales rurales –entre ellas los planteles General Matías Ramos Santos y Justo Sierra Méndez–, Civera Cerecedo narró que desde los años 20 hasta mediados de la década de los 40, las normales rurales se caracterizaron por su diversidad de proyectos y el trascendente impacto en la formación de educadores.
Su creación, agregó, se concretó en un contexto de enorme heterogeneidad, pues variaban desde sus instalaciones –algunas muy austeras, otras instaladas en grandes edificios bien conservados– hasta la población escolar que atendían, en la que destacó la participación de la mujer, lo que permitió que muchas jóvenes lograran graduarse de maestras. Con escasos apoyos presupuestales, las normales rurales, refirió, se fueron consolidando, pues es hasta el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública, en 1921, que la dependencia federal “retoma las iniciativas que habían surgido desde lo local, desde los maestros, quienes impulsaron proyectos innovadores con la premisa de que no debían repertir soluciones pedagógicas, sino responder a sus propias necesidades”.
De ahí, explicó, que en estas casas de estudios, que a finales de la década de los 30 sumaban 39 planteles, y que dos quinquenios después lograron que más de la mitad del magisterio activo egresara de sus aulas, extendió su formación “no sólo a los aspectos pedagógicos, sino a la enseñanza de oficios y del trabajo del campo”.