Al menos 25 minutos de espera para abordar un camión en la estación Ermita, rumbo a Tláhuac, padecieron usuarios afectados por la suspensión del servicio de la línea 12 del Metro. Con ello, los tiempos de traslado aumentaron al triple, dijeron, y consideraron el oriente de la capital como una zona de “alta inseguridad”.
En la fila hay unas 30 personas, pero más de una tercera parte se queda formada en espera de otro camión, porque el que llegó viene hasta el tope. La sana distancia no existe y no todos los usuarios portan correctamente el cubrebocas.
A pesar de la emergencia sanitaria, el conductor grita con insistencia a los pasajeros: “¡Recórranse para atrás!” y la afluencia de pasaje, al llegar a la estación Atlalilco, aumenta. Mientras, personal del Metro que exige mantener la sana distancia en las filas formadas en las banquetas, apoyado por elementos de la Policía Bancaria e Industrial, se desgañita al insistir a los pasajeros que pasen al fondo del camión para que más personas puedan abordar, pero ya no hay lugar.
En el pasillo de la unidad se forman tres hileras de personas, la mayoría viaja con bolsas y mochilas, algunos con bastones y otros con niños en brazos. Un hombre de la tercera edad añora los 10 minutos que hacía de la estación Lomas Estrella a Culhuacán para ir a un comedor comunitario a comprar la comida, por 11 pesos, que por la pandemia sólo es para llevar, pero ayer, dijo, el traslado fue de casi una hora porque “el camión tarda mucho y hay mucho tráfico”.
Otra pasajera, Nancy, mencionó que de Atlalilco a Tláhuac hacía menos de una hora, pero desde el martes sus traslados son de tres horas; en tanto, Arturo Ramos, mesero de un restaurante en Polanco, mencionó que sólo utilizaba el Metro para trasladarse a su trabajo desde Lomas de San Lorenzo Tezonco: “Me sentía tranquilo, sin problema en traer la cuenta, pero ando a las vivas porque hay cábulas que te lo quieren bajar, y eso es lo que me trae medio preocupado”.
Además, los usuarios se sienten inseguros, temen que pueda ocurrir otra tragedia al llegar a las estaciones para ingresar al Metro. “Mira, apenas voy a entrar y ya me sudan las manos; sí me da miedo”, comentó Alejandra Correa, quien trabaja en Paseo de la Reforma.