Lo último que había leído de Roger Bartra fue La jaula de la melancolía. Pensé, antes de leerlo, que se trataría de una ironía. Melancolía, una noción de la literatura decimonónica, no daba para teoría antropológica, sociológica o política. Me equivocaba. Su autor, el mismo que dirigió la revista El Machete, publicación del Partido Comunista Mexicano, sí tenía esa aspiración.
Melancolía, spleen, hastío, tedio: vaguedades que sólo se puede entender en un mundo decadente como el finisecular del siglo XIX y sus extensiones en el XX, y que, claro, uno puede aceptar en alguna canción con Agustín Lara, Bob Dylan o Ives Duteil.
Cuando terminé la lectura de La jaula me lo reproché. Ni por disciplina debí haber concluido la de tal ejercicio retórico. Pero sí me prometí no volver a leer a Roger Bartra, ese epígono desencaminado de Octavio Paz.
Y así había sido hasta la aparición de El regreso a la jaula. Mi rechazo original debía dejar paso al análisis. Pero, de nuevo, su pêle-méle semiótico me ahorró tal esfuerzo.
Su ornitorrinco de afirmaciones no se lo permiten ni los periodistas del coro dolido por el desplazamiento de los privilegios florecientes a los que estaban acostumbrados hasta la llegada de López Obrador.
En su redescubrimiento del populismo como característica central de ese gobierno, R. Bartra no hace sino actualizar la acusación que la derecha le hizo a López Obrador en la campaña electoral de 2006: ser su emblema.
Esa caracterización la enlaza R. Bartra al autoritarismo de López Orador, que busca, según él, la restauración del priísmo más antidemocrático. No el salinista modernizador, sino aquel fincado en el nacionalismo revolucionario.
Acaso el batiburrillo teórico de R. Bartra se pueda pasar por el harnero de un glosario mínimo anotado para verlo mejor. Aquí lo intento.
Ajolote. El anfibio que, a pesar de llegar a la madurez, permanece en estado larvario: no evoluciona como las demás especies.
R. Bartra redescubre que así es cierto mexicano del estereotipo literario creado por el autor de El laberinto de la soledad: no se moderniza y renacuajo se queda. López Obrador y los que lo siguen responden a esa morfología.
Autócrata. Sin más, figura que encarna en López Obrador.
Por lo menos pudo haber dicho que un peculiar autócrata, al que hasta el INE le echa abajo sus candidatos.
Clases sociales. En la realidad no existen: son una construcción ideológica.
La derecha empresarial, la derecha política (panista) y otras similares y anexas jamás llegarán a la conclusión de uno de los magnates más ricos del mundo, Warren Buffet, quien sin pizca de vergüenza o tartufismo ha dicho que las clases y la lucha de clases sí existen, pero que su clase ha vencido en esa lucha.
Democracia. Realidad inaugurada por R. Bartra, en su retórica empedernida, de la cual afirma, sin temor a la ficción, que López Obrador y su corriente la están destruyendo.
Para el autor, la vuelta del populismo autoritario impidió que se siguiera en la senda de la “transición democrática”. Pero en uno de sus gestos de Mandrake apareció en secreto la democracia, sin haber concluido esa transición. Voilá.
Deriva. O desvío de cierta trayectoria.
La deriva de López Obrador al autoritarismo parece haber inspirado el título de los intelectuales que firmaron el desplegado en que observaban que la libertad de expresión, con López Obrador, estaba en peligro. No quisieron ver hacia atrás. Un día asesinaron a Manuel Buendía, miembro del grupo Nexos. Qué, ¿les mereció una condenación de rebaño?
Desigualdad. Producto de la ideología.
La historia nos ha tomado el pelo. ¿No ya existía la desigualdad cuando Aristóteles la legitimó diciendo que ser amo o esclavo era algo tan natural como la existencia de peces grandes y chicos?
Empresario respetado: Claudio X. González. Eso significa que su amor por México no lo ha llevado a evadir impuestos, transferir cientos de millones de pesos a paraísos fiscales y de cuentas bancarias secretas, a patrocinar movimientos y plumas contra el gobierno o contra cualquier causa popular, ni a financiar partidos políticos. De verdad.
Melancolía. Propensión política y social al pasado sin salida alguna.
Si eso fuera un teorema, la melancolía del autor es por los dos sexenios panistas y la jaula es, en realidad, una autojaula.
Nacionalismo. Práctica de los Estados nacionales que impidió el desarrollo de políticas posnacionales y transnacionales democráticas.
Como las de la globalización unilateral en curso. Bravo.
Populismo. Pecado supremo con un pecador inevitable: López Obrador.
La edición del Regreso salió de prensas antes del reciente discurso de Biden. Pero ni R. Bartra ni tantos otros integrantes de la derecha en el closet o fuera de él dirían que ese fue un discurso populista.
Propiedad. Es fruto de la política, la cultura, la economía.
No es producto del dominio de una clase sobre otras ni de la desigual distribución de la riqueza determinada por aquella. Hay que darle la razón a Aristóteles.
Socialdemócrata. Roger Bartra.
Un insular socialdemócrata sin partido que llama a votar por la derecha partidaria.