El gobierno de Joe Biden parece haber comprendido que salvar al capitalismo exige sacarlo cuanto antes del orden neoliberal. Sacarlo de la economía y de la política neoliberales. “Es hora de que recordemos que ‘ we the people’ somos el gobierno, ustedes y yo, no una fuerza en una capital lejana”, dijo, en contra del evangelio neoliberal al que pertenecía desde tiempos de Clinton.
Biden se propone una política fiscal diferente de la austeridad del Consenso de Washington, con sus programas de gasto para el rescate de la economía, para las infraestructuras y para ampliar la red de bienestar y reducir la pobreza. Quiere gravar a las grandes empresas, a las personas de altos ingresos y favorecer la ampliación del sindicalismo. Lo acompaña Janet Yellen, secretaria del Tesoro: política fiscal y monetaria de la mano. Se ha ubicado a la izquierda de su pasado, pero trabaja contra el ala conservadora de su partido y contra la oposición cerrada de los republicanos.
Al nobel neokeynesiano Paul Krugman por décadas lo convirtieron en un outsider. Ahora, editoriales de diversos medios escriben que Washington habla en lenguaje krugmaniano. Krugman escribe: “Sus verdaderos motivos [de los republicanos] no son un misterio. Quieren que Biden fracase, al igual que querían que fracasara el presidente Barack Obama, y una vez más ofrecerán una oposición a ultranza a cualquier cosa que proponga un presidente demócrata”. Tim Scott, encargado de formular la réplica a Biden, alertó contra los “sueños socialistas” de Biden, hágame usted el favor, y dijo en lengua neoliberal reaganaiana: “más impuestos, más gasto. Washington estará más en tu vida. Desde la cuna hasta la universidad. La belleza del sueño americano es que las familias deben definir ese sueño por sí solas. Deberíamos estar expandiendo oportunidades para todas ellas, no arrojando dinero para resolver problemas”. Trump sigue actuando y los republicanos serán un obstáculo permanente. Las fuerzas negras de la expoliación neoliberal no están derrotadas, en todas partes resistirán hasta que las mayorías arruinadas puedan quitarse la venda y vean quién es su más voraz enemigo.
Esa misma oposición neoliberal cerrada actúa en México a la luz del día. El orden neoliberal en México creó un Estado de hecho y de derecho buscando su perpetuidad, donde el capitalista y el político se fundieron en uno. No sólo fue que los políticos operaron con absoluta desmesura al servicio de los empresarios con un arrogante desprecio por los asalariados y por el pueblo en general, sino que ellos mismos se volvieron capitalistas multimillonarios mediante el saqueo de las arcas públicas y los contratos de obra pública, o de “servicios”, que se dieron a sí mismos o en sociedad con los privados. Esos contratos no sólo fueron formulados a precios de expolio, sino que la obra pública resultó inservible, o quedó sin acabar, o bien los “servicios” no sirvieron a nadie.
La forma del Estado neoliberal no es la misma en cada nación; depende de la historia de cada uno. En México la igualdad jurídica para contratar y la igualdad jurídica ciudadana han ido de la mano de una de las condiciones de exclusión más extremas del planeta: México es desigual entre los desi-guales. La libertad de los poderosos para hacer y deshacer en el campo político y en el económico no conoció obstáculo. Las instituciones del Estado sirvieron para el atraco a diestra y siniestra y, además, se crearon instituciones “autónomas” para lo mismo: para repartir el botín entre la que la 4T llama, con total precisión, mafia del poder.
El PRI, por la voz llena de convicción neoliberal de la senadora Claudia Ruiz Massieu Salinas, votó en contra de la reforma a la Ley de Hidrocarburos, porque, dijo: “se trasgrede el principio de irretroactividad de la ley, al otorgarle ventajas competitivas a Petróleos Mexicanos en el mercado de los petrolíferos en detrimento de las personas que, en ejercicio de su libertad económica, participan ya en ese sector”. Es decir, importan un bledo los efectos sociales y sobre las finanzas públicas que la ley tenía antes de ser reformada: a quienes el Estado neoliberal dio su ubre “en ejercicio de su libertad”, son sus dueños a perpetuidad. Así lo manda la competencia del mercado, según el credo expoliador.
La Cofece dice de sí misma que se propone “promover y proteger la competencia en los mercados para contribuir al bienestar de las familias y al crecimiento económico del país”. El dogma neoliberal cree que las empresas públicas son lo mismo que las privadas; aunque ha “regulado” de modo de favorecer a las privadas. “En beneficio de las familias”, afirma con absoluto irresponsable desparpajo.
Si alguna área del Estado no funciona, es preciso reformarla. Si el Estado todo no funciona, hay que reformarlo, siguiendo el artículo 39 constitucional. Eso debe hacerse, en lugar de inventar organismos “autónomos” neoliberales para el beneficio de la mafia del poder, a la que es urgente ubicar en un tobogán final en junio próximo.