Florencia. En México la destrucción del patrimonio cultural mesoamericano durante la Conquista dejó una marca indeleble en la conciencia de sus habitantes. Imborrables son las imágenes de la caída de las estatuas de Tláloc y Huitzilopochtli, arrojadas por Cortés desde lo alto del Templo Mayor. Lo fue también el auto de fe del obispo Diego de Landa en Yucatán (1562), que destruyó, entre otras muchas cosas, 27 códices mayas. Pérdida irreparable, si se considera que sólo se conservan cuatro.
De cara al quinto centenario de la caída de Tenochtitlan, entre cuyas fechas probables se maneja la del 13 de agosto, Antonio Aimi, profesor de civilizaciones precolombinas de la Universidad de Milán, participará en la primera sesión de los cinco seminarios que se llevarán acabo hasta septiembre con el título: Italia y México: los 500 años de relaciones culturales, desde la conquista hasta la actualidad, coorganizados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto Italiano de Cultura en México (http://youtube.com/INAHTV)
Aimi destaca en entrevista para La Jornada, que la furia iconoclasta de los conquistadores “no sólo indignó a muchos misioneros, sino fue vista con desprecio y horror entre los intelectuales y las cortes italianas del tiempo”, así lo confirman sus estudios de arte mesoamericano en las colecciones italianas renacentistas y barrocas.
–¿ Cuál fue el impacto en Italia del descubrimiento de América ?
–Si bien la península fue privada de la centralidad que había alcanzado con el comercio internacional hasta entonces, sería un error pensar que no hubo interés por el Nuevo Mundo. Baste decir que algunas de las crónicas de la Conquista se publicaron con rapidez impresionante, en particular en Venecia y Milán, incluso en Roma y, a veces, antes que en España.
“Al mismo tiempo, se desarrolló gran interés por la obra de las culturas indígenas y/o del primer periodo colonial. A decir verdad, estos objetos llegaron a Europa en mayor cantidad de lo que se cree. Sin embargo, como confirman las investigaciones de las colecciones eclécticas de los siglos XVI y XVII, en Italia se conservaron con mucha más atención que en otros países europeos.”
–¿Puede señalar algunos casos significativos de este interés por América en Italia?
–En un artículo recientemente publicado en las actas del congreso, Los relatos del encuentro en Guanajuato (2019), destaqué por primera vez que Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés, muy lejos de ser proindigenista, envió a Venecia dos códices aztecas o del primer periodo colonial a personalidades famosas en toda Europa, como Girolamo Fracastoro y Giovanni Battista Ramusio. Poco después, llegaron a Venecia dos copias relativamente completas del Código Vaticanus 3738. Una de ellas dio la oportunidad al destacado intelectual Lorenzo Pignoria de incluir en el libro Imagini de Cartari los dibujos de algunas deidades aztecas comparándolas con las de Japón y el antiguo Egipto en una de las primeras investigaciones preetnográficas que se conozcan.
Interés no etnocéntrico
–¿La llegada de estos códices se centró en Venecia?
No, ello sucedió en las principales ciudades italianas. Mientras Diego de Landa quemaba códices mayas en México algunos coleccionistas las conservaban en Roma y Bolonia. Pero este interés italiano por los códices mesoamericanos era probablemente conocido incluso entre los misioneros más abiertos, pues es muy probable, por ejemplo, que Rodrigo de Sequera, el superior de Bernardino de Sahagún, que salvó el Códice Florentino haya violado las disposiciones de Felipe II y lo haya enviado a Florencia, sabiendo que allí sería apreciado y conservado.
“No sólo están en Italia muchos de los códices mesoamericanos más importantes, sino otros más presentes en otras colecciones europeas, fueron vergonzosamente vendidos en los siglos XVIII y XIX sin comprender su importancia. Entre ellos cito el Código Vindobonensis, el Fejervary-Mayer, el Telleriano-Remensis y el Zouche-Nuttall.”
–¿Ese interés italiano por el arte mesoamericano se limitó a los códices?
–No, en absoluto. Los coleccionistas amaban todo lo que era novedad de esas tierras. El Colegio Romano (hoy sede del Ministerio de Cultura) por ejemplo, que era la sede de la Compañía de Jesús, conservaba piezas etnográficas de todo el mundo. Si bien el papado y la familia Medici en Florencia se beneficiaron de las relaciones con otras cortes, en Bolonia y Milán se formaron colecciones con objetos americanos importantes. En Milán, en particular, destaca un caso único en el mundo en el que se importó la técnica indígena de los amantecas (especialistas aztecas en el arte plumario). Aquí, antes de 1618, un tal Dionisio Minaggio pintó 156 imágenes con plumas en un libro que representaba escenas de caza, máscaras de la Commedia dell’Arte, entre otros.
“En Milán además nació el Museo Settala, una de las principales colecciones en Italia. En mis investigaciones he demostrado que Manfredo Settala clasificó sus hallazgos americanos con criterios preetnográficos.”
–¿Se puede decir que estas observaciones anticipan una visión no etnocéntrica de las culturas?
–Sin duda, porque hay un hilo que vincula estos comentarios tanto a las observaciones preetnográficas de Pignoria y Settala, como en las reflexiones de Pietro Bembo, quien, retomando algunos de los pasajes proindigenistas de Colón, da una visión de los taínos que llevó a los rasgos culturales de las sociedades occidentales actuales como el respeto a las culturas extraeuropeas, el rechazo al racismo, los principios de justicia social y de igualdad. Su estatura intelectual inspiró a personajes como Tomás Moro, Michel de Montaigne y Tommaso Campanella.