Las elecciones en la Ciudad de México, como en todo el país, pasan por los gastos que provocan sin que ello, sólo el gasto, garantice el buen gobierno, y muchas veces ni el buen conteo de los votos ni la limpieza del proceso. Lo único seguro es que los miles de millones que podrían invertirse en algo mejor para el país se quedan en manos de los organizadores, vía altísimos salarios, o en las empresas que surten los aditamentos materiales que requiere el momento de la elección, y desde luego y en buena proporción en los bolsillos de los presidentes de los partidos y algunos candidatos.
Es más que obvio advertir la necesidad de recursos, ¿pero en las cantidades que hoy exigen los organizadores? Seguramente no, seguramente hay formas de ahorro porque por más que se argumente, el presupuesto dedicado a las elecciones ya se considera, en todos los ámbitos, como un gasto escandaloso.
Y más: la política y sus componentes se hallan en el último nivel de aprobación popular, después, incluso, de los policías, y no es para menos.
La pregunta que ya se hace en todas partes es: ¿qué cambió entre las elecciones de antes y las actuales? ¿Se terminaron los fraudes? ¿Candidatos y partidos dejaron de recibir dinero extra de actores privados que se ocultan en el anonimato? Salvo la elección presidencial pasada, ¿la participación de los ciudadanos ha aumentado en la misma proporción que los dineros gastados?
Así, insistimos, sin contar con la elección pasada, que mostró más que la idea del interés de participar en lo político, nos enseñó el hartazgo de la ciudadanía por las prácticas de quienes se mantenían en el poder, y también, no se nos olvide, de quienes eran sus cómplices: los organismos que organizaban la elección y permitían las ilegalidades.
Hoy, aunque en el ámbito local, es decir, la Ciudad de México, los atropellos a lo legal no se hayan sucedido como en el federal, el asunto de los dineros pesa más que nunca, sobre todo si entendemos que diputados y alcaldes de toda la ciudad no han estado al nivel del cambio que se propone desde la jefatura de Gobierno y la Presidencia de la República.
El asunto es, lo decimos una vez más, que no hay correspondencia entre el gasto y la calidad de democracia que vivimos. Lo que hoy sucede, por ejemplo, en el Congreso de la ciudad –y lo que pasaba en la última Asamblea Legislativa– antes que mejorar ha empeorado, por lo que podríamos concluir que el gasto ha sido un fracaso.
Sacar a los partidos políticos del presupuesto de los órganos electorales no es nada descabellado; ninguno está vacunado contra las inversiones que hacen algunos organismos privados para congraciarse con ellos. Hallar formas de otorgar salarios adecuados a la realidad del país, para que no sirvan como el cordón umbilical que dictaba su lealtad al poder, podría ser una meta.
El gobierno de Claudia Sheinbaum tiene una demanda en contra del Instituto Electoral de la Ciudad de México por 588 millones de pesos que el organismo dice requerir para los gastos de la democracia y amenaza con dejar de ejercer sus funciones ante la falta de recursos. Luego de concluidas las elecciones se habrán de dar otras prácticas, como la consulta ciudadana sobre presupuesto.
Y si en verdad sin los dineros que exigen no pueden funcionar, ¿ya se tiene el plan B? Muchas cosas podrían darnos claridad si se aplican las medidas que requieren. Ya veremos.
De pasadita
Las cifras que sobre la pandemia se han dado a conocer oficialmente y que nos indican que la ciudad se halla en el mejor momento, si así lo podríamos llamar, por una disminución en el número de hospitalizaciones del orden de 25 por ciento y cinco semanas continuas de reducción en el número de contagios, deberían anunciarnos un horizonte halagüeño y nos han puesto alerta sobre el futuro inmediato.
El recuerdo del anuncio del gobierno de la India de que había vencido a la pandemia parecería haber dado pie a que el virus contratacara y convirtiera a ese país asiático, con una rapidez inaudita, en un enorme cementerio.
Hoy sabemos que el descuido fue una de las principales causas de la ola de muerte que padeció y padece.
El pasado fin de semana, en esta capital los restaurantes se llenaron, los transportes públicos estaban a reventar, las calles del Centro Histórico rebosaban de gente, la normalidad parecía haberse encaramado sobre la pandemia y eso no es verdad. ¡Cuidado, aún vivimos en pandemia!