Quién diría que los mejor dotados en México para trascender la fatídica cortina de nopal son los pueblos originarios. Tampoco debería sorprendernos su peculiar cosmopolitismo. Lo demuestran de manera dramática decenas de miles de indígenas migrantes hacia los países del norte. Se adaptan con lucidez y tino a los campos de Estados Unidos y Canadá, a las monstruosas ciudades yanquis, a las lenguas “ajenas” (siéndoles también “ajeno” el castellano nacional). A la vez, el exilio refuerza sus identidades y en lo posible sus lenguas verdaderas. Los migrantes mantienen lazos permanentes, no sólo económicos, con sus comunidades de origen. Las nada desdeñables remesas, principal ingreso del país, son producto del esfuerzo de jornaleros indígenas y trabajadores urbanos cuyas ganancias no se deben a ningún programa, a ninguna dádiva, a ningún crédito.
En tiempos de nacionalismo integracionista y desfasado neoindigenismo, los pueblos originarios saben ser internacionales con capacidad de diálogo. Aquí es donde pega la quilla y parte las olas la nave zapatista que zarpó de la selva Lacandona para una travesía transatlántica, en un nuevo salto adelante de los indígenas rebeldes de Chiapas. Otra vez: no debiera sorprendernos. Para el gobierno actual, estos indígenas transfronterizos podrían resultar incómodos cabos sueltos que –como mexicanos– pueden criticarlo desde fuera, algo a lo que, a diferencia de sus antecesores, no está acostumbrado.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) dio su histórico campanazo en dos direcciones sucesivas. La primera fue lanzar en 1994 su célebre “¡Basta!” justamente contras las pretensiones del Estado –espurias en tanto neoliberales– para meternos en la globalización, entonces rampante, por la puerta grande. El día que México entraba en el Primer Mundo, los nadies, los olvidados, los invisibles, los más pequeños, le propinaron una sólida patada a la imagen preparada por el gobierno como traición final a su herencia revolucionaria.
Un año después, en 1995, el EZLN asumió la proyección internacional que sus acciones militares, políticas y mediáticas le habían dado. Se abrió a hermanos de todo el mundo, les dio motivos para reunirse y abrió la vía a un diálogo inédito y fecundo, desde una nueva y muy original autodeterminación en las montañas del sureste mexicano. Posiblemente la primera crítica de fondo al neoliberalismo, cuando menos la primera en conquistar la conciencia colectiva en México y el mundo, se originó en las andanzas memorables (hasta Octavio Paz, inicial enemigo declarado del subcomandante Marcos y los insurrectos, debió reconocerlo) de Don Durito de la Lacandona y su parsimonia para desfacer el entuerto imperialista, colonialista y lacayuno del nuevo credo económico impuesto por las metrópolis. Sus mensajes se traducían inmediatamente al inglés, francés, alemán, italiano y ocasionalmente a otras lenguas.
Pocas veces había existido en México un mayor internacionalismo popular, quizá con excepción del ciclo socialista-cardenista-antifascista de los años 30. Tan original que precedió e inspiró a las nuevas protestas contra la globalización y sus efectos nefastos para los pueblos del mundo y la Madre Tierra. Y potenció indirectamente las autonomías a contrapelo de los pueblos originarios en la Araucanía, la Amazonía y los Andes.
Hoy, la salida de una delegación transatlántica de las bases de apoyo zapatistas (no la primera en ocurrir pero sí la primera pública desde su arranque y por vía marítima) no sólo ofrece símbolos y contenidos para el discurso crítico; va al encuentro (rencuentro en muchos casos) con la Europa multilingüe y multicolor, la incluyente con los de abajo, donde también sufren los inmigrantes del sur. Van a ese mundo, que ya han convocado en ocasiones anteriores, donde caben muchos mundos.
La lista de 30 países y naciones a los que han sido invitados es impresionante, aunque se trate en algunos casos de organizaciones y colectivos pequeños, mas no mudos ni sin cajas de resonancia. Los esperan en Ucrania, Chipre, Cataluña, Cerdeña, Euskadi, y en todas las naciones imperiales de la región comprendidas entre Gran Bretaña y Turquía.
Veinte años después, los herederos del escarabajo respondón Don Durito vuelven a brincar los cercos y muros del desprecio, la intolerancia, el olvido, las guerras encubiertas, el despojo, la imposición, el racismo, la represión y la invisibilidad. Confirman que la respuesta no está sólo en el rancho o el terruño. Develan una renovada geografía en un planeta que se desfigura aceleradamente. Dan pasos adelante en un globo semiparalizado por la pandemia y las fronteras cerradas, desde un México en polarización creciente que sólo quiere entender de partidos y comicios aunque éstos resulten piñatas aptas para cualquier vividor.
En una atmósfera mundial donde triunfan el conservadurismo, la xenofobia y los nacionalismos, los zapatistas de Chiapas vienen a ventilar mensajes alternativos. Desde los rincones de la esperanza sale al mundo una montaña de pueblos mayas en movimiento. Los estaremos viendo.