El gusto por lo francés tuvo su auge, primordialmente, durante el porfiriato. Se reflejó, entre otras cosas, en la moda, la comida y la arquitectura. Esa afición permaneció las primeras décadas del siglo XX y la vemos en muchas construcciones de la época.
Un buen ejemplo es el edificio Vizcaya, uno de los más bellos de la Ciudad de México, en esa mezcla de estilo que llamamos ecléctico que caracteriza el París de Haussman, el arquitecto que modernizó esa urbe a mediados del siglo XIX.
Esta localizado en la avenida Bucareli 128 y destaca por su amplia fachada de cantera gris de los Remedios, con formas ligeramente ondulantes en la que sobresalen una variedad de ventanas y balcones de distintos volúmenes, unos con herrería y otros con balaustradas de piedra.
En la parte central un gran arco, rematado con una rodela y guirnaldas de cantera, sostiene una primorosa verja de hierro con inspiración art nouveau. El edificio lo remata una mansarda metálica verde oscuro que resguarda pequeñas buhardillas.
El edificio es de gran belleza y elegancia; el interior tiene una amplia vía central a cuyos lados se levantan cuerpos de departamentos con sus elevadores de herrería, mismo material de las escaleras ondulantes a las que corona un pasamanos de madera. En el quinto nivel un domo da luz al espacio. De cerca de 300 metros, los alojamientos conservan vitrales, exquisitas yeserías, pisos de duela de maderas finas y en los baños, mosaicos franceses de una belleza única cuyo diseño y cromática varían de uno a otro.
De quien lo mandó construir y quien lo diseñó hay varias historias; de lo primero, algunas dicen que fue Ernesto Pugibet, dueño de la exitosa empresa cigarrera El Buen Tono. También se ha mencionado a Yves Limantour, secretario de Hacienda de Porfirio Díaz; a Thomas Braniff, acaudalado banquero y accionista de importantes negocios, o a los hermanos Quintana, comerciantes de la época,
Vecinos que aman el edificio y buscan la declaratoria que lo proteja han auspiciado la búsqueda en varios archivos, pero los datos son imprecisos. El que parece más cierto es que se empezó a construir en 1901, se interrumpió por la Revolución y se terminó entre 1922 y 1924. Esta fecha aparece en una placa que se muestra en la fachada en la que se menciona al ingeniero Roberto Servín. Sin embargo, hay testimonios de que estaba colocada junto a la fuente ubicada al fondo de la vía central y no parece tener gran antigüedad.
Una versión sostiene que el posible constructor fue el destacado ingeniero Miguel Ángel de Quevedo. Creo que esto es intrascendente para el valor del edificio, que habla por sí solo.
No obstante los años transcurridos, continúa como uno de los ejemplos más representativos de ese estilo arquitectónico que refleja la mentalidad y valores de una época. Es un oasis de belleza en el otrora elegante Paseo de Bucareli, actualmente una destartalada avenida.
En una crónica periodística de 1926 se considera al edificio Vizcaya como ejemplo de la arquitectura moderna, construido con la “súper estructura” de hierro proveniente de la Fundidora de Monterrey.
Sus múltiples atractivos han atraído a lo largo de los años a extranjeros y a una diversidad de artistas, intelectuales y gente del teatro y cine, como la actriz Andrea Palma, el dramaturgo Luis G. Basurto, la poetisa Pita Amor, los actores Carlos Bracho, Luis Gimeno y Miguel Córcega, quien tuvo allí una escuela de teatro.
Entre los actuales habitantes están los artistas plásticos Álvaro Castillo y María Sada, quien tiene su estudio en una de las buhardillas que lo hace sentir en el París decimonónico; el arquitecto Valente Souza, la galerista Andrea Bustillos Duhart, el fotógrafo Fernando Cordero, el curador Edgardo Ganado, el diseñador de muebles Rodrigo Escobedo y el director de teatro José Antonio Cordero.
Increíblemente todavía está pendiente la obtención de la declaratoria como monumento artístico por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, que tuvo algún atorón por la pandemia, pero confiamos que ahora sí se otorgue en cualquier momento. El Vizcaya es un importante patrimonio cultural de la Ciudad de México y es esencial protegerlo.
Para comentar el tema, fuimos a comer a unos pasos, al Amaya, en General Prim 95. Es una comida muy original y deliciosa del chef Jair Téllez. La tortilla española con erizo, ¡única!