Los Ángeles. La última noche normal en Hollywood, había una pareja con cubrebocas. Fue lo suficientemente novedoso como para tomarles una foto. No tenía idea de que pronto así estaríamos todos.
Era el 9 de marzo de 2020 y el estreno de la versión de Disney de Mulan (Mulán) con actores reales llenó una alfombra roja frente al Teatro Dolby en el bulevar de Hollywood, donde, como fotógrafo de espectáculos de The Associated Press, había fotografiado los Oscar cuatro semanas antes. Las estrellas posaron de cerca con grandes grupos de fans para una multitud de decenas de fotógrafos.
Ha pasado un año y desde entonces no ha ocurrido nada parecido.
Dos noches después, Tom Hanks y Rita Wilson, dos personas a las que había fotografiado con frecuencia, anunciaron que tenían el coronavirus, algo que le dio un rostro familiar a la creciente pandemia. La industria del entretenimiento, junto con la mayor parte de Estados Unidos, cerraría en unos días.
Estaba preocupado no sólo por hacer mi trabajo, sino por conservarlo. Yo era un absurdo: un fotógrafo de espectáculos en una época sin espectáculos.
En su lugar estaba sucediendo un momento histórico. ¿Y qué fotógrafo no sueña con capturar eso?
Así que durante semanas vagué por calles que antes estaban repletas fotografiando el inquietante vacío de Rodeo Drive y de un Hollywood Boulevard que de pronto quedó desolado.
Cuando la primavera (boreal) dio paso al verano, comenzaron a surgir algunas formas de espectáculo. Fotografié a violinistas y pianistas aficionados que tocaban para los vecinos desde sus patios. Documenté estrenos de películas en autocines, conciertos en autocines, galas benéficas en autocines.
Descubrí que el trabajo a veces era mejor pese a las circunstancias sombrías. En lugar de tener que fotografiar en una olla de 40 o 50 fotógrafos, podía moverme libremente y disparar mi cámara desde cualquier ángulo sin que nadie me gritara en el oído o usara mi hombro como trípode.
Los retratos de celebridades fueron menos, pero mejores. Trabajé en espacios nuevos y naturales, liberado de los cuartos de hotel desalmados y desinfectados a los que normalmente me veía obligado. Fotografié al cantante Jason Mraz en su relajado apartamento donde cultiva granos de café. A la actriz Ciara Bravo en una ciclovía con coloridos murales.
En los premios Emmy en septiembre, tuve que quedarme afuera y fotografiar los autos de los pocos asistentes en persona. Capturé a la actriz de “black-ish” Tracee Ellis Ross con un hisopo en la nariz en una imagen que define el momento.
En los Premios Billboard de la Música en octubre, finalmente estaba de regreso dentro del Teatro Dolby, tratando de capturar la escena surrealista de En Vogue cantando Free Your Mind frente a butacas vacías.
En los premios Grammy en marzo, pude fotografiar a una pequeña multitud que incluyó a Beyoncé y Taylor Swift, sus rostros inconfundibles incluso con mascarillas.
Los Premios de la Academia de este año llegaron mientras aumentaba el número de vacunaciones, los casos disminuían y las cosas empezaban a sentirse normales. Sin embargo, sería el día más extraño y aterrador en mi vida profesional. Debido a la pandemia, los Oscar permitieron que sólo la Ap fotografiara la llegada de los artistas y ganadores para compartir el material con otros medios de prensa. Eso significaba que yo, y solamente yo, estaba tomando fotos para la mayoría de los medios de comunicación del planeta.
Los fotógrafos de Ap están acostumbrados a trabajar bajo una gran presión, pero esto era otro nivel. ¿Y si tenía un mal día? ¿Y si mi cámara se averiaba? Traje una segunda cámara por si acaso.
El sol seguía escondiéndose detrás de las nubes y reapareciendo en la estación de tren Union Station de Los Ángeles, el recinto especial de los Oscar de este año, y tuve que luchar para conseguir la luz adecuada.
En las horas previas al espectáculo, tomé fotos sin parar. Tuve que hacer tomas amplias y tomas de vestidos de cuerpo entero, capturar primeros planos y detalles, sin olvidar hacer zoom en las joyas. El equipo de edición de Ap en tiempo real fue indispensable.
Y el resultado, a Dios gracias, fue el sueño de cualquier fotógrafo. Halle Berry tenía un vestido magenta que seguía levantando y cambiando de forma. Carey Mulligan llevaba un espectacular traje dorado que lucía genial en cámara.
Mientras estaba sentado en casa el lunes, mirando las fotos de otros medios que decían “Chris Pizzello” bajo casi todas las imágenes, comencé a recibir un aluvión de mensajes de texto de fotógrafos que normalmente serían mi competencia. Me estaban felicitando.
Fue muy gratificante. Y espero no tener que hacerlo nunca más.