Ayer, otra vez, una enorme fila de mujeres y hombres caminó a oscuras por los accidentados túneles en la línea 8 del Metro, que una vez más falló; como en otras ocasiones, la dirección del Sistema de Transporte Colectivo y público más importante del país se lavará las manos y el asunto quedará en las molestias para la gente que buscaba llegar a su destino.
Las fallas se han vuelto un problema recurrente del que la directora Florencia Serranía parece estar muy alejada; lo peor es que, como dijimos, no se trata de un accidente marginal, ya no. Ahora estamos hablando de cuando menos 25 eventualidades de diferentes tipos que han dejado sin servicio a miles, sino es que a millones de usuarios.
El pasado lunes 26 de abril, en esta sección de La Jornada (bit.ly/3e15E2j), se publicó una nota que resume la desastrosa administración de la señora Serranía al frente del STC Metro, que está lejos de lograr una mejoría en caso de que no existan correcciones profundas en su administración, lo que quiere decir que tal vez debería considerarse la posibilidad de que la funcionaria abandone la actual tarea y permita que sea alguien más quien tome las riendas del organismo.
Es sabido que, cuando más se hace obvio un cambio y se presiona por ello se vuelve imposible, porque efectuarlo se entiende como una debilidad de quien encabeza el gobierno; puede que así sea, pero cuando se habla de una responsabilidad como la de dirigir el Metro, parece necesario olvidarse todo prejuicio para privilegiar la seguridad de la gente.
Y si no es así, si la situación del Metro es tan mala que cada semana se tendrá que sufrir un percance, lo obligado es informar de las circunstancias reales para que se tomen todas las precauciones que impidan la generación de un problema mayor en contra de quienes se transportan por esa vía, pero hoy lo que se tiene frente a nosotros es la imposibilidad de dar buenos resultados en ese reglón importantísimo para la vida cotidiana en la capital.
En este caso se debe entender que más allá de las consideraciones del poder está el compromiso de las autoridades hacia la gente. No hay debilidad si se acude a restañar males que cada día se profundizan en contra de la población, porque es precisamente ésta a la que se deben quienes ejercen la política.
Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de esta ciudad, es, muy seguramente, la figura más popular del ambiente político actual; su capital en este renglón, el político, rebasa al de cualquier otro, pero no debe dilapidarlo en malos entendidos ni mandando mensajes en los que se aparente que sus decisiones van más hacia la protección de los suyos que hacia lo que es mejor para la población. Eso no le hace bien.
Pero más allá de todo, la señora Serranía debería entender cuál es el costo de su permanencia en el puesto y dejar el lugar a alguien que sí pueda dar solución a los grandes problemas que se presentan en el Metro.
De pasadita
Este es el momento en que debe quedar muy claro que desde hace rato el plano de la crítica en contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se ha rebasado para convertirse en acciones de ataque sistemático que busca convertirse en consuetudinario.
Y en ellas hay algo más que la lucha de ideas que busca el convencimiento de las mayorías; existe, a ojos vistas, el propósito de impedir que se gobierne en favor del proyecto presidencial, es decir, se pretende anular vía los ataques sistematizados el voto de la mayoría y eso es muy preocupante, sobre todo si al final de cuentas mucho más de 50 por ciento de los ciudadanos sigue en defensa de su voto. Después de tres años de combatir con todo no han podido sumar más adeptos. Vaya fracaso.