La reconocí a bordo del ferry que une los puertos lacustres de Guaqui (Bolivia) y Desaguadero (Perú), sobre el Titicaca. Iba envuelta en velos, junto a un féretro. Me acerqué mirando con distracción al lago, y a su lado musité: “¿qué pasó?...” Ana alzó una mano sin responder, fijando distancia.
Horas más tarde, la nave llegó a destino, y Ana desembarcó siguiendo a cuatro forzudos que cargaban el féretro. Y no bien pisó territorio peruano, se quitó los velos de un manotón, abrió la caja y, al verme, “el muerto” desplegó sus brazos con alegría.
Días atrás, el coronel Hugo Bánzer había derrocado al gobierno popular del general Juan José Torres (21 de agosto de 1971). Pero los esbirros se quedaron con las ganas de echar mano a Líber Forti (1919-2015), veterano anarcosindicalista argen-boliviano.
María Escudero, fundadora del Libre Teatro Libre de la Universidad Nacional de Córdoba, me dio la dirección de Líber: “Si vas a La Paz, no dejes de verlo. Dile que lo recuerdo con cariño”. Y así conocí a “la sombra” de Juan Lechín Oquendo (1914-2001), mítico dirigente de la Central Obrera Boliviana (COB), en la que Líber era asesor cultural y director del Teatro Minero.
No obstante, en aquella primera ocasión no platicamos. Líber estaba montando una obra con actores que eran siluetas de cartón, sobre un mantel a cuadros en el centro de la sala. Ana, su compañera, preparó empanadas y café. Y al despedirnos, me invitaron al estreno de la obra en Catavi, una de las minas de estaño nacionalizadas por la revolución de 1952.
Otro anarco inolvidable: el uruguayo Naúl Ojeda (1939-2002), artista plástico y grabador de renombre, que en Santiago de Chile trabajaba de fotógrafo en la agencia de noticias Prensa Latina. En vísperas del “tancazo” (29 de junio de 1973), Naúl se la había jugado tras escalar un edificio contiguo a la embajada de Estados Unidos. Lo bajaron a tiros. Pero logró escapar, poniendo a salvo el único registro fotográfico de los civiles y militares chilenos que aquel día entraban y salían de la legación diplomática.
Dos años después, en México, Naúl me dejó el departamento que alquilaba en la colonia Cuauhtémoc (Río Hudson 28-1), donde en el decenio de 1950 vivieron varios escritores beatniks que luego serían famosos. Y donde Sergio Mondragón y Margaret Randall editaron el primer número de El Corno Emplumado, emblemática revista de poesía de los años 60.
Líber y Naúl eran de los luchadores sociales que ponían el cuerpo, en lugar de oficiar de observantes en el templo de las ideas. Como aquel Víctor Rico Soblechero que en la guerra de España perdió un huevo tras pisar una mina en el puente del Ebro, y en el café La Habana me dijo: “La anarquía es el tronco de la libertad; lo demás, son ramificaciones”.
V.gr. ¿Cuándo empezó el drama de las izquierdas “internacionalistas”? ¿Cuándo la anarquista Fanny Kaplan le pegó tres tiros a Lenin por haber “traicionado” a la revolución (1918), o cuándo a pesar de las advertencias de Lenin, Stalin se alzó con el poder, inventando para uso personal la teología que, “científicamente”, se llamó “marxismo-leninismo” (1923)? Como fuere… ¡qué formidable capacidad de las izquierdas “internacionales” para, desde entonces, bloquear a sus adversarios… de izquierda.
En Catavi, pregunté a Líber por qué había elegido el guion que el estadunidense Reginald Rose escribió para el filme Doce hombres en pugna (o “enojados”, Twelve Angry Men), dirigido por Sidney Lumet (1957). Respondió que entre los mineros había muchas facciones y sus líderes sentían –así como los personajes de la obra– que el que argumentaba en contra de otro, lo estaba agrediendo.
Líber se reía de los que con aspavientos y sentidas palabras presumen de su ideología revolucionaria. Inequívoco síntoma de inseguridad que empezó con Platón y consiste en creer que el mundo exterior recibe sus leyes de “la Razón”.
Hace 50 años (cuando empezó este artículo), los chinos se morían de hambre. Y hoy, guste o no, gobiernan el mundo. ¿Será porque ahora son capitalistas? Puede ser. Aunque sin dejar de enaltecer el pensamiento conservador de Confucio y el revolucionario de Mao. Claro… Académicos como Giorgio Agamben podrían decir que China es una “sociedad vigilada”. O esos que, por si las moscas, excluyen a Cuba de tales temores. Y a propósito: ¿Agamben vivió alguna vez en un “estado de excepción”, o sólo lo imaginó?
Ahora bien: ¿sociedades “vigiladas” o autodisciplinadas y políticamente conscientes? Porque en China y Cuba no hay hambre, y en ambos países el Covid-19 ha sido controlado. Mientras en los nuestros, el negocio de la salud y de pompas fúnebres van viento en popa. En suma: anarquistas (y revolucionarios), eran los de antes.
Dijo el maestro que en lugar de interpretar al mundo, hay que transformarlo. Bien. Pero así como está el mundo convendría, primero, conocerlo. Y para conocerlo hay que reconocer la realidad, sin telarañas mentales. Porque el ser es sujeto, el pensar atributo, y el anhelo de cambiar el mundo a fuerza de gestos simbólicos, conduce a una vía muerta.