Al terminar el octavo round, Emanuel Vaquero Navarrete sabía que la pelea la había ganado. En su esquina le aconsejaron que ya no se expusiera, que administrara los episodios restantes y tratara de recibir el menor castigo. Pero no se sintió cómodo con esa perspectiva. No era a lo que acudía a Florida ante el boricua Christopher Pitufo Díaz. Estaba decidido a retener su campeonato mundial de peso pluma de la AMB, pero con la mayor dosis de pasión que pudiera entregar .
“No me conformé con la idea de llevármela con cautela los siguientes episodios”, cuenta el Vaquero; “yo pensé en la historia de las peleas entre mexicanos y puertorriqueños y yo quería entrar ahí. Tenía que entregarme sin importar los golpes, terminar en una guerra y creo que lo conseguí”.
El Vaquero noqueó en el último episodio al aguerrido Pitufo Díaz. Cumplió con éxito su primera defensa del campeonato, pero lo que más satisfacción le produjo fue terminar el combate como un episodio más en la memoria del boxeo mexicano.
En su cabeza resonaban las peleas de Salvador Sánchez contra Wilfredo Gómez en 1981, Julio César Chávez ante Edwin Rosario y en 1992 frente a Héctor Macho Camacho. No podía colarse en esa memoria sin ofrecer una batalla y eso empujó al Vaquero a correr el riesgo en una pelea que ya estaba ganada desde el octavo asalto.
“Sal Sánchez y Chávez son palabras mayores”, aclara Emanuel, “pero al menos creo que la pelea que ofrecí merece ser mencionada cuando se hable de esta rivalidad en el boxeo. Puse mi parte en ella y eso me llena de satisfacción como peleador mexicano.
“Siempre que haces la primera defensa te juegas muchas cosas. Muchos boxeadores no logran consolidarse y esa es la primera prueba en la que demuestras que no estás de paso, sino que llegaste a defender algo que consideras te pertenece”, finaliza.