La economía y el clima, no como factores aislados, sino combinados, determinados uno por el otro en forma permanente, serán el motor de las migraciones en este siglo XXI y muy probablemente, padres de nuevas identidades nacionales y culturales.
El cambio climático es una realidad y sus consecuencias son ineludibles. Además de ser un año en que los gobiernos y sociedades del mundo comenzaron a enfrentar la pandemia del Covid-19, en 2020, de acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, registró un aumento de la temperatura global 1.2 grados Celsius haciéndolo el tercer año más cálido desde que comenzaron los registros.
Con independencia del éxito de las políticas públicas ambientales a saber, que están siendo implementadas en diferentes regiones del mundo, el aumento de la temperatura y sus consecuencias continuarán manifestándose en diversas regiones en la próxima década.
México no es la excepción. De acuerdo con el Monitor de la Sequía de la Comisión Nacional del Agua, se estima que 78.42 por ciento del país se encuentra en algún grado de sequía, mientras regiones completas de estados como Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Guerrero y Michoacán, se posicionan en sequía extrema o excepcional. El impacto de estas condiciones es determinante para millones de habitantes del mundo.
La degradación de los suelos de cultivo, el efecto de los desastres naturales o la falta de acceso al agua potable han agravado los fenómenos migratorios.
El Centro de Monitoreo de Desplazamiento Internacional auspiciado por la ONU estimó que en 2017, 18 millones de personas se desplazaron dentro de los límites fronterizos de diversos países a causa de los desastres naturales atribuibles a los efectos del cambio climático. Este fenómeno, no obstante, no se limita a los desplazamientos internos, sino que se extiende a través de las fronteras y, como reconoce, la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur), produciendo incluso conflictos entre comunidades que agravan la vulnerabilidad de los desplazados.
Frente a esta realidad es indispensable que los países del mundo, incluido el nuestro, cuenten con políticas públicas que atiendan el fenómeno migratorio en sus diversas fases.
En primer lugar, es importante que se desarrolle la capacidad e infraestructura para monitorear las regiones sujetas a estrés climático que pudieran desencadenar migraciones masivas, que permitan conocer también, las condiciones de dichas comunidades desde una perspectiva sociológica que incluya las diferentes variables antropológicas de dichas comunidades y ayuden a analizar las interacciones, así como posibles puntos de conflicto derivados de su desplazamiento.
Gestionar las crisis migratorias requiere la creación de un marco legal y normativo de alcance internacional para garantizar los derechos humanos de las personas desplazadas. Un marco que establezca las bases y lineamientos para el diseño de políticas públicas encaminadas a robustecer las instituciones del Estado, encargadas de enfrentar dicha problemática.
El reconocimiento internacional de la figura de “refugiado climático” es esencial para lograr una respuesta coordinada de los diferentes países que se verán afectados en el futuro por el desplazamiento de su población. El desplazamiento interno, que la mayoría de las veces es silencioso y difícil de precisar, requiere de políticas similares que ayuden a fomentar la inserción de las personas desplazadas en nuevas comunidades.
El reto es enorme, máxime en países que, como el nuestro, donde las diferencias económicas son tan marcadas, ya que la migración de millones de personas en sí misma supone un impacto ambiental considerable, que de no ser gestionado de manera adecuada puede producir, escasez de recursos y deterioro en las comunidades de paso o destino final, con la consecuencia de la violencia que el propio trafico de personas conlleva.
Finalmente, es importante abordar el problema del cambio climático desde una perspectiva de largo plazo, a través de la adopción de nuevos esquemas industriales, energéticos y de conservación que mitiguen las causas del desplazamiento de personas a largo plazo.
El desplazamiento interno y trasfronterizo migratorio ocasionado por los efectos del cambio climático requiere de investigación, gestión y planeación a futuro. Implementar las medidas hoy, será la clave para éxito en la protección de millones de habitantes en el futuro cercano.
El cambio climático estuvo siempre atado a una concepción lejana, un futuro ajeno, problema de alguien más. Esa indiferencia generacional ha acelerado el problema hasta hacerlo propio, cercano, nuestro. Este siglo, nuestro siglo, y el siglo de nuestros hijos, será moldeado por el cambio climático y la incidencia en la economía y la migración.