La inminencia de las elecciones intermedias, en esta ocasión tan importantes para continuar, desviar, interrumpir o consolidar la 4T, nos obliga a los mexicanos a una actuación racional y serena, a una valoración ética y patriótica sobre un tema crucial: dar continuidad a la transformación y contribuir a mejorarla o, por el contrario, dar marcha atrás y volver a la política de la desinformación, la simulación y la corrupción; a la época en la cual sobornar era la práctica común, se compraban negocios y contratos, pero también conciencias y plumas. Los votos tenían precio y no eran sólo de ciudadanos, sino de legisladores y de partidos completos; época en que todo estaba condicionado y tasado en dólares o pesos.
La crisis de hoy, agravada por el Covid-19, será superada, como en 2018 en forma pacífica y con votos libres; pero no será fácil, los votantes nos veremos bajo el acoso de las campañas, las promesas, los elogios desmesurados y los ataques y descalificaciones más duros y falaces. Mi opinión, la he dado en otras ocasiones, en una campaña debe haber libertad, buena fe y probidad intelectual; nada de intención de engañar o aturdir a los votantes, pues en ese caso, la democracia volverá a estar en riesgo.
Las elecciones requieren de libertad. Para eso es el voto secreto, para que nadie sea coaccionado ni emita su sufragio bajo la vigilancia de líderes sindicales o de caciques locales. Esas prácticas, vigentes de antaño, fueron una constante oculta o evidente y corroborada; prevalecieron durante décadas, una y otra vez ante el disimulo o la complicidad abierta de las autoridades electorales, pero terminaron; han sido superadas. Pero, cuidado, no podemos olvidar que las casillas de votación estaban controladas por el sistema y en muchas ocasiones, el votante tenía que ejercer su derecho ante los ojos vigilantes de su dirigente sindical al servicio del partido oficial o frente al operador de la autoridad local.
Se superó poco a poco y no sin riesgos y dificultades esa práctica al servicio de un partido único, “partido oficial” todopoderoso, pero denunciado por la ciudadanía y por grupos y partidos de distintas ideologías inconformes con el sistema.
El paso siguiente será, que además de ser libres los votantes han de estar bien informados; en algunos lugares ya lo están, especialmente en la Ciudad de México y otras grandes, pero en este renglón falta camino por andar. Quienes van a escoger deben hacerlo conociendo bien quiénes son los candidatos y qué proponen los partidos que los postulan.
Sólo que la mercadotecnia y los “asesores de imagen” son un obstáculo real para una información veraz, ya que su objetivo no es convencer de las bondades de personas e ideologías, sino la de vender una “mercancía”. Así, su técnica es bombardear con publicidad costosa, con música, regalos y espectáculos, que más bien aturden y no informan; piensan en productos que tienen que posicionar y no en decisiones trascendentes y propuestas políticas. Las campañas, en mi opinión, han de tener por objetivo el interés de los votantes y hacer a un lado la publicidad dirigida a los ojos, los oídos, la sensibilidad de las personas. Sufragar en una elección es mucho más que escoger apresuradamente y con desenfado entre dos productos.
Los partidos son otro tema. En cuestiones públicas, la competencia o el enfrentamiento son algo cotidiano. En Roma, César y Pompeyo compitieron con propuestas parecidas por el poder del imperio; ganó el más fuerte y el apoyado por más legiones. La historia nos enseña que en política siempre se compite. Las casas de York y de Lancaster, en Inglaterra; los partidarios del Papa o del emperador en Italia; liberales y conservadores, demócratas y republicanos.
A finales del siglo XIX los partidos modernos aparecieron como necesarios para la democracia y como un avance civilizado. Fueron agrupaciones de ciudadanos coincidentes en un objetivo político, más allá de las personas los movían doctrinas e ideologías y programas de gobierno. Duverger a fines del siglo XX estudió y desmenuzó las características de los partidos políticos, sus estructuras y su naturaleza; distinguió entre partidos de cuadros y partidos de masas, se ocupó también del origen y de los intereses de los partidos.
Destacó el papel que en estas agrupaciones tienen los parlamentarios y la importancia de las coincidencias en propuestas y en argumentos, en principios y en valores más allá de intereses en personalidades.
Además de ganar las elecciones, los objetivos de este proceso en marcha, que culminará el 6 de junio, deben ser: partidos congruentes, integrados por militantes convencidos, que no cambien sólo por intereses del momento de un grupo político a otro y campañas inteligentes para ciudadanos libres. Corregir la desnaturalización de campañas y partidos es tarea fundamental para avanzar en la democracia.