Familiares y organizaciones mexicanas independientes erigieron antimonumentos en el espacio público, con el fin de demandar justicia y como una manera singular de mantener viva la memoria de las víctimas, resignificar la señalización urbana y como medio de reclamo simbólico permanente, hasta que exista verdad y justicia para cada agravio que representan.
Tales consideraciones se destacaron durante la presentación del libro Antimonumentos: memoria, verdad y justicia, comentado ayer, de manera virtual, por los periodistas Paula Mónaco Felipe y Luis Hernández Navarro, así como por la creadora escénica y activista Aracelia Guerrero Gutiérrez y Jorge Verástegui González, moderador, a través de la cuenta de Facebook de la Fundación Heinrich Böl.
El libro reseña las causas, testimonios y colocación de los antimonumentos, como el de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa desaparecidos; las 49 niñas y niños muertos en el incendio de la guardería ABC, “por negligencia del Estado mexicano”; los 65 mineros sepultados “bajo la avaricia y el desprecio de la vida de los trabajadores”; de la feroz represión del movimiento estudiantil de 1968, “que a más de 50 años sigue impune”, y la Antimonumenta, erigida para exigir justicia por las víctimas de la violencia de género y feminicidios en México.
Se incluyen también los antimonumentos dedicados a las 56 niñas guatemaltecas quemadas en el incendio del Hogar Seguro de Guatemala, a las víctimas de la discoteca News Divine, el Antimonumento 43+1 y el de David y Miguel, en memoria de los jóvenes secuestrados.
Durante la presentación del libro, se destacó que esa forma de protesta no se había dado en otras partes del mundo. Ahora ya se ha llevado a otros estados del país y naciones de América Latina.
Existen los monumentos oficiales del pasado, explicó Hernández Navarro, como las estatuas de personajes históricos sobre Paseo de la Reforma, hoy convertidos en objetos decorativos, y en la actualidad, otra vez desde el gobierno, se levanta la estatua de las heroínas anónimas, que, si bien reivindica la figura femenina, sigue siendo un acto de poder.
Los antimonumentos “no aspiran a perpetuar el recuerdo, sino que son un ejercicio de la memoria viva que viene desde abajo, como una demanda de justicia, de denuncia y reparación del daño”, destacó el también coordinador de la sección de Opinión de La Jornada.
Mónaco Felipe comentó que los antimonumentos sientan un precedente respecto de la forma de manifestarse y protestar. Su fuerza, dijo, es dar a conocer de manera colectiva el dolor. “En Argentina, un cambio, en la procuración de justicia es haber pasado del dolor personal al colectivo. Cambió la justicia cuando los desaparecidos, que faltaban sólo a los familiares, se colectivizaron.”
Aracelia Guerrero, de la Brigada Marabunta, habló sobre cómo trabajan quienes colocan los Antimonumentos. “No se pide permiso, no se avisa; sólo se coloca. Es una fuerza y una conmovedora emoción impresionante”.
En la presentación se destacó que los antimonumentos son sitios vivos, de ahí que desde su arraigo se acompañan por pases de lista de los nombres de los desaparecidos, fallecidos o asesinados, fotografías y consignas. Hay también un ejercicio de responsabilidad compartida en su mantenimiento y embellecimiento, así como para cuidar que no sean removidas.
Aunque también, señalaron, son vandalizados o removidos, es el robo de los zapatos de bronce del antimonumento de los niños de la guardería ABC o el de la Antimonumenta, que fue atacada por un grupo Provida.
Editado por la Fundación Heinrich Böl, encabezada por Dawid Bartelt, el libro se puede descargar de manera gratuita en https://mx.boell.org/es/2020/11/30/antimonumentos.
Se pueden solicitar ejemplares impresos pagando la bicimensajería para ser llevado a domicilio, para lo cual es necesario comunicarse al teléfono 55-6304-1694.