En 1985 la Universidad Veracruzana publicó el libro Tres Enriques (Ediciones Papel de Envolver/Colección Luna Hiena N° 21, prólogo de Salvador Elizondo, 68 pp.), un breve libro con una selección de poemas de los tres Enriques: González Martínez, EGM (1871-1952), González Rojo, EGR (1899-1939) y de González-Rojo Arthur, EGRA (1928-2021). La selección de los poemas la hicieron Alicia Torres y el propio EGRA. Según Salvador Elizondo, SE (1932-2006), destacado cuentista, novelista ensayista y poeta, las páginas del volumen “contienen y resumen los mejores ejemplos de una obra en la que con insospechada armonía se acuerdan las voces de tres generaciones de poetas que entonan, como en el vaticinio del mayor de ellos, una misma canción. Sus diversas concepciones de la poesía ilustran algunos de los momentos más intensos y más característicos del desarrollo de la poesía mexicana”. Ahora que conmemoramos los 150 años del nacimiento de EGM y estamos en duelo por la muerte de EGRA, es un buen momento para leer a los tres y encontrar el acorde que señala SE, quien atribuye a EGM un papel exitoso en lo que llama las dos grandes tendencias de la poesía actual [escribe en 1985]: “la de las ideas y la de las imágenes”. Sobre la primera habría sido fundamental que EGM “haya puesto un fin cruento a la frivolidad y la ‘elocuencia’ del modernismo”. Sobre la segunda, indica que EGM enseñó la “poesía francesa de simbolistas y parnasianos a Ramón López Velarde y a algunos de los jóvenes que más tarde formarían el grupo de Contemporáneos“. Ese fin cruento a la frivolidad del modernismo refiere al más famoso poema de EGM, “Tuércele el cuello al cisne” (de Los senderos ocultos, 1911) y a La muerte del cisne (1915). Con motivo del centenario del nacimiento de EGM el FCE encargó a Jaime Torres Bodet un volumen con poemas del poeta y el prólogo. El volumen se titula Tuércele el cuello al cisne y otros poemas. Dice Torres Bodet, con sabiduría y belleza en el prólogo:
“He dicho que Silenter (1909) y Los senderos ocultos fueron los libros en los que EGM se halló a sí mismo. ¿Qué valores nuevos traía su autor? Desde luego, una voluntad esencial de abandonar ciertas galas superfluas: las que había difundido, en América, el triunfo del modernismo. No era culpable de tantas galas Rubén Darío. Es cierto, el admirable nicaragüense había adornado muchas veces su pensamiento con joyas entre las cuales no resultaron siempre auténticos los brillantes. Pero, a partir del momento en que Darío llegó a la cumbre de su expresión poética personal, nada debió su obra al falso lujo de aquellas joyas. Pienso en las más despojadas realizaciones de “Cantos de vida y esperanza” o del “Poema del otoño”. Y comprendo que, al aconsejar a sus fieles torcer el cuello del cisne, emblema del modernismo, EGM no haya querido, según lo manifestó francamente después, criticar a Rubén Darío, sino a sus más deplorables imitadores: los que, incapaces de alcanzar sus virtudes, se afanaron por exagerar sus defectos. Frente a tantas músicas lisonjeras como suscitó el modernismo, EGM sintió la urgencia de encontrar una música más sutil: la que se adaptara, sin melódicas acrobacias, a lo que él estimaba más, la majestad simbólica de la vida. Tal vez por eso resultan tan expresivos los títulos de los libros con cuya publicación inició su obra definitiva: Silenter, en cuyos poemas evoca el poder armónico del silencio y Los senderos ocultos, que buscan, en lo invisible, la significación y la esencia de lo visible. El poeta era absolutamente sincero cuando deseaba ‘afinar su alma’ hasta el grado de ‘escuchar el silencio y ver la sombra’. Quizá ese verso sea la clave de toda su poesía”.
Dejemos al Hombre del búho, como EGM mismo se calificó en su autobiografía y vayamos con EGR, su hijo. Dice Elizondo que EGR tenía una “inquietud intelectualista y purista”. Y añade: “La admonición paterna que clamaba por una mayor profundidad de la poesía fue pospuesta en sus primeros libros en favor de las virtudes más inmediatas de la técnica poética: la agudeza verbal o la nitidez de la imagen. Su vida no fue corta si se la juzga por el número de intentos logrados. Es el único poeta culto que ha conseguido hacer algo digno de la poesía popular de la forma ‘corrido’ en su Romance de José Conde, el poema más bello –tal vez por eso el único verdadero– que se ha escrito acerca de la revolución de 1910”. Va una estrofa de ese corrido-poema: “ Alas del viento se llevan/ por el espacio su nombre,/ y los poetas lo cantan/ y lo recuerdan los pobres./ ¡Viento roto de los mares, /roto viento entre los montes, /viento que vino y se fue/ sin que sepamos adonde!” Jaime Labastida, en su muy elaborado prólogo a Obra completa: versos y prosa 1918-1939 de EGR ha analizado las similitudes entre Muerte sin fin, de José Gorostiza, Canto a un dios mineral, de Jorge Cuesta, y dos poemas de EGR: Sobre la contemplación y muerte de Narciso, y Estudio en cristal. Señala que “los cuatro poemas poseen una semejanza que nadie puede soslayar: en su tema, en su construcción arquitectónica, en su ambición consciente, por no hablar de ritmos, rimas, palabras que son clave en el contexto de cada uno de ellos. Van los últimos ocho versos de Estudio en cristal: “ Pero la voz de la poesía eleva/ consigo al ruiseñor que se remonta/ en apretada pluma de sonidos./ Raya el cristal su música de nieve,/ y en el reflejo de las aguas puras/ se cristaliza una canción exacta, /libre y presa a la vez, /cálida y fría. /¡Como el espejo en que me miro el alma!” Comenta Labastida sobre estos versos: “La poesía es el espejo donde Narciso ve su rostro”, pero me parece más directo que el poeta se mira el alma en el poema que ha escrito.
“Tocaría al hijo de EGR, EGRA, dice Elizondo, retomando lo dicho sobre la admonición de EGM sobre la profundidad de la poesía, “rescatar en un estilo discursivo lleno de humor y de lúcido ingenio la lección filosófica del hombre del búho, las tendencias características que animaron la de su abuelo y la de su padre, pero refinadas y puestas al día, confundidas y entrelazadas en una trama orgánica de imágenes a las vez consecuentes y fantásticas. Se puede decir que a la sabiduría y la sensibilidad él aporta la imaginación”. Va una estrofa de su poema “Camino caminante”: “ Así estuvo el sendero, desierto/ por los siglos de los siglos/ solo y su alma./ Musitando palabras incoherentes/ leyendo y releyendo las hojas polvorientas/ de su tedio./ Jugando –y el juego, en soledad, siempre termina/ por ser masturbación– a que una piedra un día se tornara/ un pie que, semoviente, se desliza/ hallando en los rigores del camino/ la horma de sus audacias.”
Te invito a la presentación de mi libro Pobreza y florecimiento humano. Una perspectiva radical (UAZ-Itaca) el próximo jueves 29 de abril a las 17 horas. Comentan: Márgara Millán; María J. Rodríguez y Lukasz Czarnecki Transmisión por Face@itaca.editorial.1 y YouTube Editorial Itaca.