Aunque, como decía la abuela, siempre hay gente para todo, se nos hace muy difícil suponer que exista alguien que quiera, en sano juicio, defender al sistema judicial de nuestro país.
Nadie que haya tenido que resolver algún asunto en el que el Poder Judicial interviniera puede hablar de justicia; eso sí, se pasarían horas comentando las peripecias que tuvo que hacer para conseguir el dinero que significa la diferencia entre la culpabilidad o inocencia.
Y es que desde el momento en que uno cae en el terreno de lo judicial la pregunta es ¿cuánto tienes?, y nunca si eres culpable, eso carece de importancia, si hay dinero el veredicto puede ser favorable, pero si no, sobre uno cae todo el peso de la ley.
No hay salvación. Lo mismo sucede en un incidente de tránsito que en un crimen. La ley siempre tiene abierto el bolsillo para moldearse a los intereses del mejor postor. Los ejemplos son innumerables, pero es una verdad que ya se hizo costumbre en la calle.
De esa forma, cuando se habla de reformar al Poder Judicial uno siente que algo puede cambiar, pero ¿qué tanto? Uno de los secretos que ahora se han cuidado con mayor celo es saber quién escribió y de dónde salió el texto de la reforma.
Como dijimos en la entrega anterior, pensar en que un senador del Partido Verde hubiera tenido talento y sapiencia para pergeñar un cambio que permitiera a Arturo Zaldívar ampliar su mandato dos años era tanto como pedir al juez Juan Pablo Gómez Fierro, el de los amparos, que actuara con justicia. Imposible.
Por eso nos preguntamos: ¿de dónde viene la reforma y de dónde la idea de que Zaldívar siga al frente de la Corte para que se le vea como el único capaz de realizar el cambio?
Desde el terreno enemigo se empieza a manejar de que fue la mano del mismo Zaldívar la que dio cuerpo a la reforma. De la misma manera se asegura que la condición que puso fue que él operara tal cosa y por ello requería de un tiempo mayor al que manda la ley para concluir la limpieza que encierra la idea de una nueva ley del Poder Judicial.
También se dice que el texto no salió de ninguna oficina del Zócalo, aunque fue aceptado por el jurídico de la Presidencia y, desde luego, por el liderazgo en el Senado, donde se habilitó la ampliación del mandato del actual ministro presidente.
Ah, por eso es que se dice que sin él, sin Zaldívar, no hay reforma. Será muy difícil desentrañar la verdad acerca de este cambio, pero si entramos en razón de todas formas tendríamos que decir otra vez que el ministro no importa; lo de fondo, la reforma urgente y profunda, eso ¿lo puede hacer Zaldívar? Si es así, adelante, pero si sólo será otra vuelta a la noria el desgaste no vale la pena.
De pasadita
La llamada había terminado y con ella una serie de requisitos se cumplieron. Reconocimiento de voz, huellas digitales de los 10 dedos y también del rostro. Por fin, la entidad bancaria me daría su confianza para que yo pusiera en sus manos mis ahorros. Los datos biométricos proporcionados conforme lo indicado por la firma servirían para protegerme de aquellos que pudieran, de alguna forma, acceder a mi cuenta para robarme, cosa imposible sin ellos.
Al final, resoplé complacido: estaba protegido. No me podrán robar. Ni por un instante pensé en que eso podría ser un riesgo para mi seguridad y que implicaría una gravísima violación a mis derechos humanos, además de un golpe a la privacidad de mis datos personales, como después me hizo saber el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, (INAI), lo malo es que no se trataba de denunciar a los bancos, sino una acción en contra del padrón de usuarios de telefonía celular que busca evitar secuestros y robos. Ya no entiendo nada.