Dice el triestino Claudio Magris, siempre lúcido, en una entrevista acerca de los efectos de la pandemia que: “Se pueden hacer muchas consideraciones políticas o culturales. Pero lo que me impresiona es que cambiará el mundo más que la Segunda Guerra Mundial. Pertenezco a una generación para quienes el presente no es sólo hoy, miércoles al mediodía... Es un tiempo algo más largo. Y ahora hay una especie de fragmentación de ese tiempo.” Añade que: “Esta relación a distancia que mantenemos ahora todos modificará el equilibrio político y social. El mercado ya no se percibe como un sistema eficiente, sino como la medida de la vida. Y eso es algo que turba, porque las distancias sociales y laborales aumentan.” (https://cutt.ly/xvWv7IN).
La consideración que hace Magris abre espacios para ir acopiando –y descartando también– los relatos acerca de las mutaciones que ya están en curso, especialmente en la cuestión laboral.
Veamos uno de esos relatos. En el reciente número fechado del 10 al 16 de abril la revista The Economist augura que en los países ricos del mundo la era de lo que denomina como “capitalismo afilado” está abriendo paso a una era dorada para el trabajo. Dice una parte del argumento que la situación durante las pasadas cuatro décadas se ha descrito como “miserable” para el trabajo por cuestiones como: la competencia derivada del intercambio comercial; un imparable cambio tecnológico; desigualdad de las labores y de los salarios y episodios de crisis con recuperaciones débiles.
Los mismos redactores de la nota en cuestión apuntan que puede parecer prematuro predecir un extraordinario panorama para el trabajo en un entorno en el que la pandemia provocó un fuerte castigo en los mercados laborales. Sin embargo, insisten y señalan que, en Estados Unidos, hay un regreso muy dinámico del nivel de empleo y también un aumento de ingresos de los trabajadores (lo que tiene que ver con los programas gubernamentales de impulso fiscal, que no se mencionan en la nota) y que un proceso similar empieza a advertirse en Europa.
En otro asunto la nota se refiere las condiciones del ajuste laboral impulsado por el confinamiento como ocurre con el trabajo a distancia; la creación de nuevos tipos de ocupaciones y la reordenación de los gastos de las familias asociados, por ejemplo, con el mercado de las viviendas ya que hay un traslado hacia áreas con menores rentas que en las más densas zonas metropolitanas.
En cuanto a la tecnología, se dice que la digitalización y la creciente inversión en computadoras ha significado que a finales de 2020 las empresas de Estados Unidos gastaran 25 por ciento más en esos equipos en términos reales que un año antes. Eso haría esperar un repunte en el crecimiento de la productividad que, a su vez, repercutiría en al alza de los salarios.
El escenario que ofrece la muy antigua revista londinense para los trabajadores es muy favorable y se asienta tácitamente en que el acomodo de las empresas promoverá la redistribución de los ingresos derivados de la producción. Además, ha de suponer que los mercados financieros no provocarán distorsiones especulativas en la asignación de los recursos para el incremento de las inversiones.
El diagnóstico consigna que los gobiernos deberán adecuar las provisiones de la legislación laboral para mejorar los beneficios del trabajo, ofrecer redes de protección universal que aseguren una economía fuerte y que ese armazón aumente el poder de negociación de los trabajadores. Finalmente, indica que la división entre el trabajo calificado y no calificado exige una apertura de las oportunidades, de la educación y capacitación y el rentrenamiento, junto con una liberalización de los mercados en que los trabajos están regulados.
Estas consideraciones se centran en los países ricos. De los otros ni se ocupan. Y, sí, puede ser prematuro un análisis como el que se propone y que apunta a un entorno virtuoso, pero en el que las contradicciones pueden, en cambio, agravarse antes de mejorar como suponen.
El tema del trabajo es de una importancia clave en un ambiente en que la pandemia está lejos de estar controlada, en el que hay muchas incógnitas sobre los posibles escenarios. Esa misma problemática se aplica a las modalidades del crecimiento de la producción, en cuanto a su valor y sustentabilidad, así como el resurgimiento de la inflación.
La pandemia ha expuesto la fragilidad de una parte muy relevante de los trabajadores, no sólo en la forma de desempleo, sino igualmente, de subocupación y mayor precariedad. Así que desde una situación como la que priva hoy en México, la necesaria protección de las condiciones de los trabajadores no puede sólo basarse en cambios legales y adecuaciones normativas que, siendo relevantes, serán huecos sin el incremento sustancial del gasto en inversión y de la contratación formal.
Hoy, las condiciones para que esto ocurra estás muy constreñidas por la política de gasto público y la incertidumbre que prevalece en el país en materia económica, legal y cada vez más con respecto a la estructura institucional y política. Si esta economía sobrevive ahora con las exportaciones asociadas con el T-MEC y la superabundancia de remesas, habría que aprovechar mucho mejor la recuperación de Estados Unidos. Y, sobre todo, fortalecer en serio el mercado interno.