En el ya lejano 1965 me harté de ser dirigente de la Juventud Comunista Mexicana (JCM), rama del Partido Comunista Mexicano (PCM). Ingresé a esa organización cuando tenía 20 años porque pensaba que así me convertiría en un apasionado militante revolucionario y lucharía porque en México por fin se instituyera una sociedad justa y democrática, sin una inicua explotación y sofocante opresión que padecía la mayor parte de la población del país. Quise escalar el Everest, pero sólo puse mis pies encima de dos pequeños ladrillos. En realidad, el partido carecía casi totalmente de eficacia para cambiar radicalmente nuestro ámbito nacional, aunque tuvo importancia para lograr algunas reformas sociales importantes.
No todo era noche oscura en el PCM, por el contrario, en la JCM realizamos un intenso trabajo de organización y formación de cuadros junto con amigos inolvidables como los luchadores sociales Raúl Álvarez Garín y María Fernanda Campa Uranga. Pero nuestros esfuerzos eran constantemente torpedeados por una burocracia partidaria de individuos apoltronados. No solamente teníamos que enfrentar reiteradamente la feroz represión gubernamental y de los grupos de mayor poder económico, sino que además debíamos aguantar los innumerables obstáculos que nos colocaba la dirección partidaria. Pronto me di cuenta de que el PCM no era más que una de tantas “sociedades de amigos de la URSS”, como les llamaba Wright Mills. Decidí fugarme del PCM porque además en ese partido predominaba una indigencia intelectual y aunque sus miembros se decían marxistas conocían del marxismo lo que yo conozco del subsuelo de Marte. Paradójicamente, existía un pequeño grupo de lúcidos pensadores como Enrique Semo, Roger Bartra, Sergio de la Peña, Marcelino Perelló, Joel Ortega y unos cuantos más, pero estos intelectuales no eran puntales de ninguna escuela de cuadros, parecían ubicarse dentro de un Olimpo interno en el PCM. Un personaje que ahora es un famoso dirigente político ignoraba quiénes eran Romeo y Julieta y yo le informé que eran unos jóvenes parecidos a los que salían en la película Amor sin barreras. También creía que Beethoven era un famoso perro que aparecía en otra obra fílmica.
Al fugarme del asfixiante PCM, decidí buscar al ilustre escritor José Revueltas (JR), a quien conocía sólo por algunas reuniones académicas, charlas de café y un encuentro de oriundos de Durango. Pero esas reuniones, charlas y el encuentro fueron de gran significación porque así conocí a un hombre lúcido y apasionado, vital y generoso, de una pureza sorprendente y de una pasmosa visión a largo plazo. Quizás moleste a varios amigos izquierdistas lo que a continuación afirmo: JR, que se consideraba a sí mismo ateo y marxista convencido, es quizá el más auténtico cristiano que he conocido. Parecía un verdadero santo.
En 1960, JR y otros compañeros habían sido expulsados arbitrariamente del PCM sin que se les diera oportunidad de actuar en su propia defensa ante las absurdas acusaciones que se les hacían; la burocracia partidaria los acusó de ser traidores sabuesos al servicio del gobierno mexicano, agentes del imperialismo norteamericano, trotskistas repugnantes y otras lindezas. Lo que habían hecho JR y sus compañeros era criticar severamente a las direcciones del PCM y del Partido Obrero Campesino Mexicano, ante una incisión del propio PCM de conducir totalmente de forma errónea el movimiento ferrocarrilero de 1958 y 1959; en este ultimo año los obreros ferroviarios, agrupados en su sindicato nacional, habían hecho estallar una huelga exigiendo aumentos de salarios, concesiones y determinadas prestaciones. El sindicato era notablemente democrático y entre sus dirigentes se hallaban notables luchadores sociales como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, verdaderos héroes en la historia de México en lo que atañe a la emancipación de la clase obrera.
Pero los dirigentes sindicales creyeron ingenuamente que el gobierno “progresista” de Adolfo López Mateos, que se autodesignaba de “extrema izquierda dentro de la Constitución”, se iba a quedar de brazos cruzados ante el movimiento huelguístico. Por el contrario, encarceló a los dirigentes, cesó y despidió a multitud de obreros y mandó asesinar a no pocos de ellos. Candorosamente, Vallejo declaró que la represión era inusitada, porque las demandas no ameritaban tan brutal represión. Como la mayoría de los dirigentes aran miembros del PC y del POC, era claro que los líderes de estos partidos habían carecido de una orientación correcta, lo cual permitió el bestial asalto al sindicato ferrocarrilero que fue sustituido por otro de carácter charro, con lidercillos domesticados por el gobierno.
Ante la derrota, JR y sus compañeros decidieron fundar la Liga Leninista Espartaco, con el objetivo de crear un auténtico partido comunista. Aquí no dispongo de espacio para narrar lo que sucedió con esa organización y las causas de su fracaso, lo que me interesa asentar es que ese gran escritor duranguense que fue JR siempre insistió en que una auténtica democracia no se agotaba en el sufragio electoral, sino que consiste esencialmente en la capacidad organizativa de las masas de trabajadores y sus ejercicios democráticos, de imponer la autogestión en los centros urbanos, en los barrios, en los ejidos y comunidades, en las escuelas y universidades, en los movimientos por la emancipación de las mujeres, etcétera.
Es del todo ingenuo suponer que una democracia real se establece por la aparición de un caudillo salvador y sus corifeos, aun suponiendo que ese caudillo sea muy capaz y deseoso de servir al pueblo. El 14 de abril de 1976, al fallecer el gran Pepe Revueltas se apagó una muy importante voz de alerta. En 1959 los dirigentes ferroviarios se pusieron a tejer ilusiones y terminaron en la cárcel o en el panteón. En la actualidad han proliferado mucho más esos tejedores de ilusiones, es necesario que captemos con gran precisión la realidad social y evitemos caer en todo tipo de alucinaciones políticas.
* Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia