El pasado 10 de abril mi querido amigo y camarada Fito, también conocido como Adolfo Sánchez Rebolledo, hubiera cumplido 79 y, como solíamos decirlo en broma, nos habríamos emparejado.
Estoy seguro de que habríamos tenido sabrosa comida en Jiutepec, con cargo a los empeños de su compañera de vida, Carmen Fabregat, para abocarnos al repaso de la coyuntura, “el análisis concreto de la situación concreta”, nos aleccionaría el leninista, sin dejar de hacer referencias directas o de ocasión a la estructura y sus tendencias. La política democrática, no sólo electoral y partidista, habría sido tema de intercambios al lado de nuestras insatisfacciones ante la inmadurez y levedad de actores, procesos e instituciones, imaginados como pilares insustituibles de una sociedad más habitable que la de hoy.
Fito se adelantó un 7 de febrero de 2016. Nos queda la asidua visita a los recuerdos y nuestra permanente y cariñosa solidaridad con Carmen y su querida hija Paula, con la Nena y Quique, sus hermanos. También cuando pasamos revista a las entrañables empresas y aventuras en que nos embarcamos, fuera la revista Punto Crítico o la Tendencia Democrática de los electricistas, encabezados por don Rafael Galván; con su revista Solidaridad y los nucleares; con el MAP que nos llevó al PSUM y, siempre y obligadamente, en nuestra particular versión idiosincrática de una izquierda rigurosa y educada, pero siempre festiva. Nunca faltó la remembranza del 68 y su secuela dura y cruel, implacable, junto con nuestras respectivas vivencias universitarias o el periodismo militante del que Fito fue personaje central y ejemplar.
No apelo al engañoso ejercicio del “qué hubiera” dicho o pensado Fito en la circunstancia actual. Pienso que la mejor manera de honrar su memoria y presencia es encargarnos, cada uno a su manera, de nuestras respectivas sensaciones, reacciones, especulaciones, dudas y temores. El horizonte que nos ha unido es el de una sociedad democrática, aunque lo que pueda significar como fase de la historia nacional y del mundo tenga diversas y encontradas acepciones.
Para el grupo gobernante de Morena y su máximo dirigente, ahora Presidente de la República, la democracia no es una realidad institucional y política construida, sino una meta por alcanzar para su movimiento y su gobierno. No son, por cierto, los primeros en proclamarse los Robinson Crusoe de la construcción democrática mexicana.
Antes lo hizo Vicente Fox, cuando igualó su administración con el inicio de la transición a la democracia. Con un dicho, el primer presidente de la alternancia borraba una historia larga y difícil en la que su partido, Acción Nacional, había tenido un papel destacado.
Ahora, los exegetas de Morena y del presidente López Obrador hablan del “régimen de la alternancia”, de demoler instituciones y acomodar nuevos cimientos. Lo decidió el pueblo en 2018, postulan; su voto derrotó a una mafia que, apoderada del orden político erigido a lo largo del último tercio del siglo XX, practicaba con descaro el fraude electoral y el manejo corrupto del Estado, sus aparatos y dineros.
Estamos ante un desencuentro de alta intensidad que amenaza el orden político democrático. No se trata, al menos en el verbo digamos que dominante en el gobierno y su partido, de una serie de reformas legales y constitucionales articuladas por algún proyecto transformador de la democracia; la voz de Palacio no se ha preocupado por compartir su diccionario de transformación del Estado y la economía, sino en imponer una especie de nueva “lengua” que apela a la moralidad bondadosa del pueblo como instancia última.
La forma propuesta por el Presidente para superar el litigio de las candidaturas en Guerrero y Michoacán es un acto extremo, en mi opinión, que llama a pasar por encima de leyes, mandatos e instituciones, así como aplastar a los organismos responsables de hacer cumplir esas leyes. El respeto y la defensa de las instituciones no parecen depender de las leyes sino de la calificación presidencial.
La economía, dañada por la suspensión masiva de actividades y la casi inexistencia de medidas públicas para proteger y apoyar a los vulnerables, parece ser tema finiquitado; todo lo hecho, insuficiente del todo, era lo que había que hacer. Lo demás provendrá de otra magia protectora, una inspirada en la no política, económica y social del gobierno. Santo y bueno.