Mil quinientos veinticinco menores migrantes no acompañados fueron canalizados al DIF en diciembre; el mes pasado, 3 mil 139. En apretada síntesis, el drama que representan los niños migrantes no acompañados ante todo tipo de peligros en el caminar. Gobiernos centroamericanos, México y Estados Unidos en complicadas negociaciones que no resuelven el terrorífico desarrollo de estos niños a la adolescencia y vida adulta, donde vivirán las secuelas de los traumas.
Los niños, con su presencia, generan una ausencia en el aire, un vacío que parece presentificar otro hueco anterior. Aire que no era ráfaga de viento, si acaso brisa, tan débil que parecería que no podía mover ni una pluma. Una vibra recorría la piel a la luz de las luciérnagas que los acompañaban en el caminar. Deleite casi mágico contemplando pasar las nubes que ocultaban las voces de millones de excluidos y marginados. Voces que se pueden escuchar, si se guarda silencio en noches serenas. Y a su vez, pozo endemoniado que conduce a la escritura interna indescifrable. Jeroglífico de una visión y un lenguaje nuevos que trascienden. Fugacidad del tiempo que es la vida-muerte.
Habla mestiza, fluida, musical, que no es canto al pasado, sino canto en presente, a aquello que está presente siempre, que trasciende imperceptiblemente tiempo y espacio. Lenguaje que en estos momentos ha saltado a un primer plano develada en la figura de una marcha cuyo liderazgo, entre otras cosas, tiene su arraigo al haberse erigido en la voz de los sin voz, en la voz de los silenciados. Lo indígena, siendo la única tradición viva de México. El tiempo que se escapa “visto” desde otro lugar, desde la creación de nuevos sentidos, de nuevas formas de expresión que abren nuevos espacios.
Toda forma de vida es proyección de un tiempo que no tiene más perspectiva que la muerte, mas no la muerte en el sentido cristiano occidental, sino la muerte como parte de la vida. No la muerte como realización del yo, pues el yo es irrealizable; comunidad que trasciende y se desdobla en muchos y canta el canto del tiempo.
Presencia que se desliza por entre las partículas de los átomos del espacio, fuera de las fronteras, en los márgenes en la región desconocida. Poesía del color de la tierra tejida en la ausencia que pasa entre las hojas de los árboles y las mira caer. Extranjeros en su patria de otro tiempo y otro espacio caminan en vacío circular de difícil captación. Personajes difusos, mágicos, llenos de colorido difuminado. Espejos de nuestro ser que nos desnudan y avergüenzan y, asimismo, nos atrapan en el placer de lo mágico, lo trascendente, lo inapresable.
Poesía alucinante, sin rima, huidiza, poliforma, que busca la palabra inencontrable. Rostro terrorífico humillado en busca de la dignidad, expulsado de la palabra y refugiado en la escritura interna. Extraño inconsciente del lenguaje que resulta incoherente para los hombres de la ciudad portadores de otra simbología. Caramelo ético que se desprende de la metafísica como rompecabezas inarticulable, poesía de piedra, piedra lodo, lodo café, café anaranjado de atardecer en la selva, que resulta indescifrable.