Hace un mes advertí que, contra todo pronóstico que hubiera podido formularse hacia principios del año, las vacunas –en especial, pero no únicamente, su distribución– constituían la cuestión más compleja, controvertida y divisiva de las relacionadas con la pandemia y la respuesta ante ella de sociedades, gobiernos e instituciones. En las cuatro semanas transcurridas, el asunto de las vacunas no ha dejado de complicarse y amenaza ahora con comprometer la perspectiva, por todos anhelada, de detener el número de nuevos contagios; de, como suele decirse, ganarle la carrera al virus.
La escalada de primavera –iniciada a mediados de marzo y atribuida a la explosiva dispersión de las variantes británica y, en menor medida, sudafricana y brasileña, como informalmente se denominan– no se ha detenido un mes después. En la semana al 12 de abril, el promedio de nuevos contagios diarios llegó a 691 mil 764, frente una media mínima de 371 mil 416 en la semana al 4 de marzo, con incremento relativo de 86 por ciento. No se trata de cifras récord. La escalada previa había culminado en la semana al 11 de enero, al registrarse una media de nuevos casos diarios de 739 mil 476. Este rebrote de enero fue breve, se manifestó desde el 28 de diciembre, cuando el promedio semanal fue de 558 mil 201 nuevos casos diarios y provocó un alza relativa de 32 por ciento. Las cifras de nuevos contagios en lo que va del año, el segundo de la pandemia, muestran, infelizmente, que su comportamiento no refleja todavía a escala global el efecto moderador que se espera de las vacunas.
Sin embargo, en los países en que las campañas de vacunación no han carecido de recursos financieros, humanos y materiales, se aprecia ya la efectividad de las vacunas, a pesar del corto tiempo transcurrido. El ejemplo se encuentra, según un artículo reciente del New York Times (13/4/21), en Estados Unidos y Reino Unido. Ambos han aplicado a la fecha un número similar de vacunas per capita. En este último se optó, deliberadamente, por ampliar el lapso entre la primera y la segunda dosis, llevándolo a alrededor de 12 semanas. “El resultado ha sido impresionante: a pesar de ser el país en que se detectó primero la variante B.1.1.7, Reino Unido ha conseguido un mejor control de la pandemia que EU. En ambos, el número tanto de contagios como de decesos se ha reducido de manera notable, lo que ha puesto de relieve la elevada protección que se obtiene tras recibir la primera dosis.”
Quizá esta experiencia haya estimulado el debate más vivo en este momento, referido a algunas de las características que deberían informar las campañas de vacunación. La misma nota informativa señala que, dada la premura con que se desarrollaron las vacunas ahora disponibles, no hubo oportunidad de ensayar distintos intervalos entre una y otra dosis y medir la efectividad de cada uno. Pfizer y Moderna establecieron lapsos breves, de tres a cuatro semanas, y AstraZeneca uno mucho mayor, de ocho a 12 semanas. A la luz de la experiencia acumulada, se ha fortalecido la convicción de que es preferible aumentar lo más posible el número de personas que reciben la primera dosis, aun si ello supone demorar la aplicación de la segunda. Diferir la segunda dosis permitiría al país en cuestión duplicar en un plazo corto el número de personas que reciben la primera y el muy apreciable grado de inmunización que por sí misma confiere –concluye la nota.
También ha sido intenso, en las últimas semanas, el debate acerca de la cada vez más flagrante inequidad en la distribución global de las vacunas, librada, como se encuentra, a las fuerzas del mercado –por así decirlo. La conclusión más socorrida es la que subraya el hecho de que la vacunación se ha concentrado en los países de más alto ingreso, al tiempo que buen número de los de menor ingreso no han iniciado siquiera sus campañas de vacunación, tras cuatro meses de aparente disponibilidad de las vacunas.
Al 13 de abril, se habían aplicado en el mundo 805.5 millones de dosis. Cerca de tres de cada 10 en sólo dos países: Estados Unidos (189.7 millones) y Reino Unido (39.8 millones), con cobertura de 36 y 48 por ciento de sus respectivas poblaciones. El segundo declaró formalmente estar a un paso de conseguir la llamada “inmunidad de rebaño”, noción muy discutible, cuyos parámetros no se han establecido claramente. En el otro extremo, con tasas de vacunación inferiores a uno por ciento, se encuentran países como Argelia, Egipto, Guatemala, Honduras, Irán, Irak, Pakistán, Sudáfrica, Sudán, Tailandia, Ucrania y Vietnam, varios de los cuales no corresponden al grupo de menor ingreso y muestran que son otros los factores que intervienen en la aceptación social de las vacunas. En esta lista, compilada por Our World in Data y reproducida por el NYT, al 13 de abril México ocupó la posición 60 de 123 países, con tasa de inoculación de 9.3 por 100 personas.