El 15 de abril de 1961 comenzaron los bombardeos aéreos en La Habana. Dos días después, mil 200 mercenarios cubanos dirigidos por la Agencia Central de Inteligencia estadunidense intentaron desembarcar por Playa Girón, una pequeña franja en el centro-sur de Cuba. El 19 de abril iban casi todos camino a la cárcel.
Eduardo Galeano, que en esa época ya escarbaba en las noticias, escribió: “Los invasores eran parásitos y verdugos, jóvenes millonarios, veteranos de mil crímenes. Nadie asume la responsabilidad de Playa Girón ni de nada; todos eran cocineros en la expedición. Ramón Calviño, célebre torturador de los tiempos de Batista, sufre amnesia total ante las mujeres por él golpeadas y pateadas y violadas, que lo reconocen y lo increpan. El padre Ismael de Lugo, capellán de la brigada de asalto, busca amparo bajo el manto de la Virgen. Él había peleado del lado de Franco en la Guerra Española, por consejo de la Virgen, y ahora ha invadido Cuba para que la Virgen no sufra más contemplando tanto comunismo”.
Lyman Kirkpatrick, inspector general de la CIA, preparó una evaluación de los hechos en 150 páginas impiadosas e involuntariamente irónicas. En octubre de 1961 reprochó a la agencia que pasara de organizar guerrillas clandestinas a emprender una operación militar abierta, no sin antes preocuparse por los gastos de la invasión: el presupuesto inicial de 4.4 millones de dólares terminó en una inversión de 46 millones. Se quejó de sus espías por haber fallado “en reunir información adecuada sobre las fuerzas del régimen de Castro y el verdadero alcance de la oposición y falló en evaluar correctamente la información disponible”.
En los extensos anales de la política exterior de Estados Unidos, no hay ningún fiasco más completo, ningún fracaso más total que el intento de la CIA de invadir a Cuba. El historiador Arthur Schlesinger, asesor del presidente John Kennedy, lo llamó “el fallo perfecto” y también reconoció que “Cuba no es un asunto de política exterior para Estados Unidos; es una cuestión de política interior”.
Han pasado 60 años de aquellos hechos y siguen las amenazas, las conspiraciones, los espías, los vendidos, los mercenarios, la danza de los millones, las verdades a medias, las mentiras completas, el blanco y el negro, los bloqueos y la retórica anticomunista, y también la pequeña historia y la gran historia. Ha pasado mucho tiempo desde que un muchacho de nombre Silvio y apellido Rodríguez decidió subirse a un barco que llevaba por nombre Playa Girón, y desde ahí compuso una de sus canciones más estremecedoras, que habla entre líneas del heroísmo de abril del 61 y explícitamente de los héroes de la cotidianidad dura e invisible en un país que ha sido rehén por demasiado tiempo de los asuntos interiores de una política imperial. “Compañeros de historia, tomando en cuenta lo implacable que debe ser la verdad, quisiera preguntar –me urge tanto–, ¿qué debiera decir, qué fronteras debo respetar? Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? ¿Hasta dónde sabemos? Que escriban, pues, la historia, su historia, los hombres del Playa Girón.”
La canción de Silvio está dedicada al héroe (y la heroína) puro, fuerte y silencioso, aquel que resistió todo lo que vino después, el que pasa sigilosamente, el que comete errores y luego suele estar a la altura de las circunstancias, el que hizo posible que la revolución cubana tenga tan largo aliento. Los que escriben la historia, su historia, no son superhéroes, sino personas que emprenden un proceso de transformación social de manera colectiva. De otro modo no se entendería lo que pasa en Cuba, incluso ahora, con colas, desabastecimiento y más castigada que nunca, pero con cinco vacunas propias contra la Covid y Congreso del Partido Comunista este fin de semana, convocado al son de dos palabras: unidad y continuidad.
“La importancia de Girón no está en la magnitud de la batalla, de los combatientes, de los hechos heroicos que allí tuvieron lugar; la gran trascendencia histórica de Girón no es lo que ocurrió, sino lo que no ocurrió gracias a Girón”, diría Fidel Castro a propósito de los acontecimientos de hace 60 años. O como canta Silvio, que haya trascendido esa epopeya se debe a lo que escribieron, pues, la historia, su historia: a las mujeres y los hombres del barco-isla Playa Girón.