Hace 10 años, estaba álgida la discusión sobre la pertinencia de beatificar a Juan Pablo II. ¿Cuál era la prisa del entonces papa Benedicto XVI, su sucesor? ¿Por qué precipitar un proceso cuando había interrogantes sobre algunas decisiones en el ejercicio de su pontificado? Hay muchas interrogantes de su actuar durante la llamada guerra fría, después en el proceso del derrumbe del socialismo real en el que participó activamente el pontífice polaco. Y muy particularmente las controversias que entonces ya se presentaban, en torno al encubrimiento de pederastas clericales. Causaba muchas suspicacias la premura del proceso canónico de beatificación de un pontificado como el de Wojtyla, a tan sólo seis años de su muerte. Más cuando fue un pontificado largo, cerca de 27 años. Pontificado que atravesó diferentes ciclos históricos, lleno de matices, claroscuros y de decisiones polémicas.
Sin el debido proceso que puede llevar décadas, Juan Pablo II fue beatificado por Benedicto XVI el 1º de mayo de 2011 y canonizado por el papa Francisco el 27 de abril de 2014. Uno de los grandes reproches fue el cobijo, apoyo y encubrimiento que Juan Pablo II otorgó al perverso de Marcial Maciel, entro otros de los pederastas clericales. Sin embargo, hace 10 años la curia romana negó rotundamente tener conocimiento de las andanzas de Maciel y sus legionarios. Y mucho menos que el papa polaco estaría al tanto de las perversidades de su protegido, a quien llegó a nombrar “ejemplo para las juventudes”. Y por tal motivo no hubo objeción en el proceso canónico.
Ya desde entonces José Barba y sus compañeros ex legionarios tenían en su poder copia de un expediente de 212 documentos, provenientes del mismo Vaticano, sobre Marcial Maciel, que van desde los años 40 hasta 2002. Ahí se muestra documentalmente el encubrimiento sistémico de las estructuras eclesiásticas hacia el pederasta y sus degeneradas prácticas. La acusación va más allá de Juan Pablo II y ponía en duda el rigor con que el Dicasterio de la Causa de los Santos condujo el proceso al negar evidencias que ahora se descubre estaban en sus propios archivos. Hace relativamente poco, enero de 2019, el prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el cardenal João Braz de Aviz, reconoce que el Vaticano tenía desde 1943 documentos sobre la pederastia del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. El religioso fue investigado entre 1956 y 1959. Y dijo: “Quien lo tapó era una mafia, ellos no eran Iglesia”, al ser entrevistado por la revista católica Vida Nueva. Agregó: “Tengo la impresión de que las denuncias de abusos crecerán, porque sólo estamos en el inicio. Llevamos 70 años encubriendo, y esto ha sido un tremendo error”. Testimonios muestran que Joseph Ratzinger, sabiendo como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, archivó acusaciones y evidencias aportadas por víctimas porque, según él, Maciel era un hombre muy querido por el Papa. Por tanto, se deduce: Maciel era intocable. ¿Por qué, sabiendo todo esto, Benedicto XVI apuró la beatificación del papa polaco?
Pero Maciel no fue el único protegido. Bajo el papado de Juan Pablo II la pederastia clerical se encubrió como parte de la política de Estado cuya consigna era la defensa abigarrada del clérigo agresor como mandato institucional. Los ataques y denuncia eran fabricaciones para dañar la imagen de la Iglesia, así lo concebía Karol Wojtyla, recordando los ataques que sufrió cuando fue arzobispo en su natal Cracovia. El martes 10 de noviembre de 2020, el Vaticano publicó un extenso informe de 450 páginas sobre el estadunidense Theodore E. McCarrick. A pesar de evidencias sobre abusos a menores alcanzó a los escaños más altos de la jerarquía católica. La investigación reveló que, a pesar de existir referencias y señalamientos de que había abusado sexualmente de menores durante décadas, McCarrick fue encumbrado por Juan Pablo II. La Secretaría de Estado, con textos probatorios y testimonios da cuentan de la historia perniciosa del ex cardenal arzobispo de Washington dimitido del estado clerical por la gravedad de sus actos. El caso McCarrick es emblemático porque pone al descubierto una red de complicidades, errores y omisiones que involucran las más altas esferas del Vaticano en los últimos tres pontificados. Juan Pablo II era amigo cercano de McCarrick desde 1976. En 2000 el Papa lo quiere promover como arzobispo de Nueva York, pero surgen rumores de abusos. El cardenal John O’Connor escribe al Papa advirtiendo los “secretos a voces” sobre sus prácticas y violencia sexual. McCarrick se defiende y recibe el apoyo de la curia. En particular del secretario de Estado Angelo Sodano y de Estadislao Dziwisz secretario particular del Papa. Finamente con todo esto, Juan Pablo II en 2001, lo nombra arzobispo de Washington y después lo hace cardenal. ¿Cómo un personaje así se encumbra en la alta jerarquía? ¿Por qué a pesar de los señalamientos la curia los pasa por alto?
Nada de esto no es nuevo. Hace 10 años a quienes cuestionábamos el abrupto proceso, se nos tachaba de anticatólicos frente a una beatificación de Estado. Juan Pablo II, pese a sus errores, es un símbolo de la catolicidad contemporánea. Pese a sus equivocaciones, es ejemplo para la fe. Juan Pablo II no es un ser perfecto ni inmaculado. Pero la verdad nos hará libres. ¿Qué otras graves equivocaciones la historia develará de San Juan Pablo II?