Una nueva Eva. En el momento en que inicia el éxodo vacacional de miles de españoles hacia lugares de veraneo, Eva (Itsaso Arana), una joven madrileña de 33 años, decide simplemente permanecer en su ciudad, rentar un departamento amueblado, y vivir plenamente su ciudad semivacía, desde el confort de su anonimato, al ritmo de las festividades religiosas locales (San Cayetano, San Lorenzo, Verbena de la Paloma) que ritualmente tienen su punto máximo en la mitad precisa de cada mes de agosto. Es justo durante los primeros quince días de ese mes, marcados uno a uno en la pantalla, que transcurre la acción, muy escueta, de La virgen de agosto (2019), el filme más reciente del madrileño Jonás Trueba (Los ilusos, 2013; Los exiliados románticos, 2015), hijo del cineasta Fernando Trueba ( Bella época, 1992).
Nada en especial explica la decisión que toma Eva de vacacionar en la ciudad que tanta gente abandona, excepto la necesidad aparente de marcar un alto en su existencia y cuestionarse acerca de las dos grandes limitaciones que percibe al entrar en contacto con otras personas: su truncada realización profesional como actriz y el deseo vago, siempre reprimido, de asumir al fin los retos de la maternidad. De modo calculado ha elegido apartar óvulos suyos en reserva en un laboratorio genético danés en caso de cambiar algún día de idea y aceptar tener una relación sentimental estable. Por el momento, lo que la película captura en tono minimalista son sus vacilaciones existenciales, sus encuentros estériles con alguna antigua pareja, sus agrias discusiones con una vieja amiga que ahora es madre, y su flirteo inconsecuente, al lado de su amiga Olga (Isabelle Stoffel), con un par de jóvenes extranjeros. En este clima peculiar de un agosto canicular y festivo, en una ciudad casi desierta, Eva intenta dar un sentido más coherente a su vida.
La virgen deagosto, en apariencia un filme individualista, propone en realidad un sugerente retrato generacional. Jonás Trueba habla aquí, como en otras cintas suyas, de jóvenes treintañeros que viven de modo tenso sus propias incertidumbres afectivas, distanciados de un núcleo familiar ya casi desdibujado y frente a un horizonte laboral particularmente incierto. Al respecto, Eva (intensidad rohmeriana de Itsaso Arana, también coguionista del filme), manifiesta la difusa pero potente inquietud de tomar las riendas de su propia vida, el control de sus esporádicas conquistas sentimentales, y también de su cuerpo, alternadamente reticente y hospitalario, hasta que se topa con una súbita maternidad sin padre que mucho relaciona a Eva con la protagonista de Yo te saludo María (Godard, 1985). En el clima de simbolismo religioso en que permea la cinta, la parábola de una mujer independiente y nómada que procura plantar raíces nuevas en su ciudad, relacionándose con hombres a quienes siempre se entrega sin jamás abandonarse, confiere mayor fuerza a una propuesta original fuertemente anclada en nuestro tiempo.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 12 y 17 horas.