El momento resulta más que interesante para medir la audacia, la inventiva y el compromiso de quienes se han tirado a hacer campañas políticas con miras a ocupar un puesto en la administración pública.
Decimos que es interesante porque se efectúa en medio de una pandemia que exige formas diferentes, tal vez de mayor contundencia, tal vez con mayor grado de compromiso, seguramente más audaces de llamar al voto, pero eso parece que no está ni en la idea ni en la forma de los candidatos que no ven contagio en los mítines ni en las llamadas reuniones de información, y que los costos en salud del acarreo parecen importarles muy poco.
Algunos de esos candidatos a diputaciones locales o a cualquiera de las alcaldías de la ciudad aseguran que las campañas tienen que ser así, entre mítines masivos –“guardando la sana distancia, claro”– porque la gente no entiende otra manera.
No llamar a una concentración como las que conocemos, pero con las condiciones que impone la pandemia, sería mandar una señal no de respeto, sino de debilidad al oponente; es decir: un suicidio político.
Con esa idea, generalizada, las campañas arrancaron con ciertas limitantes, sí, pero con un alto riesgo que aquellos que no se contagiaron en las vacaciones de Semana Santa terminen infectados en un mitin.
Y mientras crece la amenaza de una tercera ola de contagios, nadie –ninguno de los aspirantes que conozcamos– cede en nombre de la salud de la población, y así las cosas parece que nada cambiará.
La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, demanda a la clase política contendiente tomar en cuenta el riesgo sanitario que implica la contienda calle por calle, pero tal vez se requiera algo más.
Un acuerdo por la salud al que llamara la propia jefa de Gobierno, en el que los partidos se comprometieran a buscar formas más allá de lo tradicional, ahora peligrosas, podría resultar en grandes beneficios para la ciudad.
Pedir que las campañas volvieran a ser el llamado a acompañar las ideas y no a los nombres de los contendientes debería ser una medida que, además, podría sanear un tanto el ambiente político que hoy se encuentra más que enrarecido.
Algo así, o parecido, seguramente sería combatido por quienes no tienen ni la menor idea de cómo cambiar las formas –ni la política tampoco–, pero mostraría, de igual forma, los alcances de quienes buscan dirigir gobiernos o construir leyes.
Hoy es tiempo de combatir a la pandemia también desde las trincheras de lo político con algo más que palabras y promesas huecas. La jefa de Gobierno tiene la fuerza para lanzar la convocatoria que esta ciudad, sin lugar a dudas, le agradecería.
De pasadita
En el canal de televisión del Congreso de la ciudad se estrenó “El Día del Juicio”, un programa que se trasmitirá los jueves a eso de las nueve de la noche y que habremos de conducir hasta poco después de concluidas las elecciones.
Se trata, en este caso, de acompañar a los ciudadanos hasta el momento en que vayan a emitir el sufragio con información que les permita tener el mejor juicio al respecto.
Y de que en esta ciudad, la capital de México, el voto ciudadano fue el gatillo que disparó la transformación, no la alternancia sin riesgo, como ocurrió en 2000, sino el cambio profundo que se gestó desde 1997, cuando los capitalinos decidieron el rumbo que debería tomar la Ciudad de México.
José Agustín Ortiz Pinchetti, hoy fiscal especializado en delitos electorales, asegura que cuando Manuel Camacho le propuso a Carlos Salinas dejar en manos de los ciudadanos del entonces Distrito Federal la elección de su principal gobernante, Salinas le respondió: “Estás pendejo, si los defeños eligen rumbo, se cae el régimen”. Eso se dijo en el primer programa.