A poco más de un año del reconocimiento en México de la pandemia del coronavirus, siguen cerrando negocios de todo tipo en el país, son sobre todo visibles los más pequeños emprendimientos de tipo familiar. Circule por su barrio, mire por dónde pasa y se sorprenderá al ver bajadas las cortinas y extrañará el local antes abierto, apenas hace unos días aún estaba ahí. Algunos los frecuentaba, o tal vez nunca entraba, pero eran parte del paisaje urbano y del entramado económico de generación de empleo e ingresos. Proliferan los letreros de “Se renta”.
Aun así, sigue habiendo personas que usan sus ahorros y los préstamos familiares para poner un pequeño negocio, pues el crédito bancario para ellos es prácticamente inexistente. Sólo eludiendo la bárbara incertidumbre que entraña esa decisión, mayor a la que normalmente representa invertir en pequeña o mediana escalas, es posible hacerlo. El riesgo es grande, pero la alternativa familiar puede ser peor. Los negocios que aún están abiertos se quejan de la falta de ventas, están apocados, se aprecia cómo va menguando la mercancía que tienen. Y eso es lo que se puede ver andando por la calle. Hay muchos casos más que no se ven: actividades de todo tipo, ya sea comercial, de servicios, talleres, manufacturas, oficinas, profesionistas diversos; ocupaciones y actividades de todo tipo que simplemente no salen ya al final del mes. Los dueños y los empleados se desgastan sin tregua. Los que han recuperado una ocupación, ganan menos, trabajan menos horas, y muchos más están en la informalidad o, de plano, no han vuelto a la población económicamente activa, salieron de la estadística.
No se necesita preparación especial en economía para darse cuenta de lo que esto representa, sólo se requiere observar y pensar qué es lo que hay detrás de ese proceso de deterioro económico, personal y social, de una gran parte de la población. Haga un esfuerzo, proyecte lo que ve, arme el escenario que se está forjando. Es cosa de sentido común.
Por encima de esto, el gobierno, los bancos, los especialistas, los organismos internacionales hablan de un crecimiento probable del producto en este año del orden de 5 por ciento. Es un rebote, no es despreciable, si insuficiente todavía. Está sustentado en que el confinamiento es ya imposible, la gente está en la calle y de algún modo parece haber internalizado el efecto de la pandemia y piensa, tal vez, que si hasta ahora no le ha pasado nada, está a salvo. Asunto para sicólogos, los políticos piensan en otras cosas. Para la inmensa mayoría, es la pura y simple necesidad de supervivencia.
¿Para qué alcanzará 5 por ciento de crecimiento? Es decir, ¿cómo se difundirá entre la sociedad? México es el principal socio comercial de Estados Unidos, la mayor parte de esa expansión, insuficiente de inicio, se concentrará en el sector que exporta y el efecto multiplicador de esa generación de ingreso impactará en las empresas que participan: las de origen extranjero; los abastecedores locales de las cadenas de productos exportados (fábricas, transportes, algunos servicios y sus empleados) y los trabajadores que ahí se emplean. Ese es un sector centrado en ciertas actividades (automotriz, autopartes, electrónica y algunos productos agrícolas) y regiones del país. Además, para exportar productos con mayor valor agregado hay que importar buena parte de sus componentes. Y política industrial no hay en el país desde los años 90 del siglo pasado.
El 5 por ciento está basado en el saldo positivo de la exportación y en la recepción de remesas, que se estiman en un valor de 43 mil 450 millones de dólares en 2021 (en 2020 fueron 40 mil 606). Estos flujos totalmente indispensables hoy, se asocian directamente con los programas de estímulos económicos, primero el aplicado Trump y ahora el mucho más abultado de Biden y que repercuten en los ingresos de los mexicanos en aquel país. Es enorme peso de Uncle Sam en la economía mexicana y, sobre todo, en cualquier escenario de expansión previsible, pues internamente la ortodoxa disciplina del gasto público, en especial en materia de inversión es tan estricta o más que en los gobiernos anteriores. Paradójico, sin duda.
El 5 por ciento proyectado tiene que ver, igualmente, con la efectividad del programa de vacunación, en cuanto a su velocidad y el cuidado integral del proceso (al respecto es notable la decisión de no incluir al personal sanitario del sector privado en las prioridades de vacunación, o es que el gobierno no es responsable de todos los ciudadanos). La cifra oficial de fallecidos sigue creciendo, la cifra total estimada es cuando menos del doble y no podrá haber cambio sostenible en las condiciones económicas en un escenario de persistencia de los contagios.
Aparte del impacto negativo en la economía, no puede perderse de vista aquel que se deriva del muy endeble estado de la salud y la educación en el país, elementos primordiales del bienestar general de la población. Sin un fortalecimiento decisivo en ambas, el futuro está comprometido.
La estructura productiva del país, el empleo, el bienestar general están en condiciones frágiles. Crece el número de pobres, de subocupados e informales. Hay estimaciones de que el producto por habitante no crezca o incluso se contraiga hasta 2025.