Ciudad de México. Concebido como una respuesta a la demanda educativa presionada por el crecimiento demográfico y el descontento social, el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) abrió sus puertas el 12 de abril de 1971 con tres planteles: Azcapotzalco, Naucalpan y Vallejo. Al siguiente año se sumarían Oriente y Sur.
Para el gobierno de Luis Echeverría era una respuesta al movimiento estudiantil de 1968 y un intento de reconciliar a su gobierno con la juventud. Aceptó a regañadientes el proyecto de universidad del rector Pablo González Casanova, que implicaba un nuevo enfoque al bachillerato. Era un modelo educativo concebido para que los alumnos aprendieran a aprender, a hacer y a ser, como personas activas y en lugar de una enseñanza enciclopédica su educación se sustentaría en su capacidad de razonar, de analizar, de investigar a partir de dos lenguajes, el matemático y el español; de dos métodos, el histórico y el experimental, y con opciones técnicas que les permitieran trabajar si se frenaba su actividad escolar.
Se crearon cuatro turnos, dos en la mañana y dos en la tarde. Esta medida fundamental permitió duplicar la matrícula y que estudiaran trabajadores y adultos en el vespertino y el nocturno. Los edificios fueron construidos a marchas forzadas en zonas periféricas de la ciudad: Naucalpan, Vallejo, Azcapotzalco, Oriente y Sur. También faltaban centenares de maestros que fueron contratados entre los ganadores de concursos abiertos de selección, en los que podían participar estudiantes de las facultades con 75 por ciento de créditos cubiertos de su carrera. La planta docente se conformó con mujeres y hombres jóvenes que llevaban en su bagaje las demandas, las experiencias y el aliento libertario del movimiento del 68, que encontraron en el CCH un espacio para responder a las luchas por democracia y participación desde las bases.
A su ingreso, los profesores se organizaron en academias y se adueñaron del proyecto: rechazaron las estructuras burocráticas de la UNAM, los programas de estudio y los materiales didácticos oficiales. Ante la resistencia de los directivos de algunos planteles, docentes y alumnos forzaron la renuncia de los directores de Vallejo, Azcapotzalco y Oriente entre 1973 y 1974. Las academias se convirtieron en los órganos dirigentes de los planteles y organizaron concursos más democráticos para profesores de los planteles Oriente y Sur que permitieron asimilar las experiencias de docentes provenientes del IPN, Chapingo, entre otros, ajenos a la UNAM.
El CCH quedó parcialmente fuera del control oficial. El gobierno responsabilizó al rector González Casanova, por lo que pronto armó una provocación que socavó su autoridad y provocó que, en diciembre de 1972, al no llegar a un acuerdo con el naciente sindicato de trabajadores de la UNAM, renunciara.
Llegó a la Rectoría Guillermo Soberón, a “poner orden”. Resuelta la cuestión sindical, volvió sus ojos al CCH para frenar el desarrollo del movimiento: despidió a seis maestros y suspendió a otros seis, todos de Vallejo, en 1975, para amedrentar al resto de la comunidad. Al no lograrlo, la autoridad entendió que era mejor negociar con las academias..
Los primeros años dieron la pauta de lo que sería el futuro. En todos los ámbitos predominó el trabajo colectivo. La mayoría de los docentes entregaron sin reserva su tiempo y sus esfuerzos nuevos programas y material didáctico; elaboraron antologías y apuntes que fueron fotocopiados miles de veces.
Los estudiantes se sorprendieron al ingresar a una escuela diferente, con profesores jóvenes, a quienes podían tutear; docentes que, además de las clases, impulsaban las actividades culturales y formaron talleres de teatro y cine, de danza, además de propiciar el surgimiento de muchos grupos musicales. El CCH contribuyó a formar a artistas destacados en todos los ámbitos.
El ambiente del colegio era distinto al de las facultades, y cuando los primeros egresados llegaron a ellas el choque para los maestros, acostumbrados a imponer su voluntad en las aulas, fue enorme; se toparon con estudiantes que cuestionaban sus decisiones, pedían explicaciones más amplias y querían trabajar en equipo. En las facultades de Derecho, Ingeniería, Contaduría y aun en las consideradas “progresistas” –Ciencias Políticas y Economía–, muchos académicos se desconcertaron ante este nuevo tipo de alumnos.
Los estudiantes del CCH, acompañados a veces por maestros, llevaron a la práctica lo que abordaban en las aulas. Ubicados los planteles en zonas cercanas a las zonas fabriles y a colonias populares, activistas se vincularon al sindicalismo independiente. Apoyaron a los trabajadores, a sindicatos universitarios, a trabajadores de tierra de las líneas aéreas, incluso a panaderos. Muchos han sido dirigentes sindicales, delegados políticos en la Ciudad de México y actúan en todos los niveles de la política.
Respaldaron las luchas por la regularización de la tierra y la dotación de viviendas. Formaron el Frente Popular Independiente y contribuyeron a la constitución del Movimiento Urbano Popular. Otros más ayudaron a sus pueblos de origen a construir escuelas y caminos, a denunciar a cacicazgos y autoridades corruptas en Oaxaca, Estado de México y Veracruz; estuvieron en la fundación del Comité de Defensa Popular de Durango, también en Zacatecas, Puebla, Chiapas, Coahuila, Nuevo León y otros estados.
Con la llegada del neoliberalismo, el régimen asestó un fuerte golpe al proyecto original. En 1995, el rector José Sarukhán desapareció dos turnos y redujo la matrícula a la mitad. La comunidad luchó contra esas medidas, pero no pudo revertirlas. Las autoridades respiraron tranquilas, el CCH ahora estaría bajo su control. Aún así, el colegio plasmó en sus aulas el aire de libertad heredado por el movimiento del 68.
* Profesor de la UAM, autor y coautor de libros de historia para el CCH.