En estos días se conmemora el fallecimiento de Heberto Castillo. Como pocos, ha recibido, tardíamente, el reconocimiento público. En realidad fue un hombre excepcional y merece ser considerado un héroe. Fue completamente distinto y mejor a la mayoría de los políticos.
Para empezar, inició su carrera política después de haber triunfado en su profesión. De origen relativamente modesto, se convirtió en ingeniero y en maestro de la UNAM, inventor y catedrático.
Por afinidad, se acercó al general Cárdenas y de él bebió una ideología singular, de gran cercanía con el pueblo, a los intereses del país y respeto al ideal democrático.
Por esta vocación participó en el Movimiento del 68. Fue perseguido y golpeado salvajemente y rescatado por jóvenes universitarios que lo llevaron a la enfermería de Ciudad Universitaria. Protegido por el general Cárdenas se entregó cuando éste obtuvo las seguridades de que conservaría la vida ante el furor de Díaz Ordaz. Excarcelado por Echeverría, dedicó su energía a la construcción de un nuevo partido democrático.
También fue ejemplar en su vida familiar, como padre, esposo y abuelo, en contraposición a como viven “los revolucionarios”.
Cuesta identificar sus debilidades. No era buen orador y tuvo el infortunio de asociarse con Demetrio Vallejo, un líder radical que hizo presión constante sobre Heberto y que le impidió desarrollar la propuesta progresista y moderada. Finalmente dio al traste con el partido que soñaba formar. Era enormemente generoso y gran parte de su fortuna la empleó en mantener al partido. Nadie quiso ayudarlo en los momentos críticos.
Tuvo la generosidad de declinar la candidatura a la Presidencia a favor de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y le entregó todo el capital político que había acumulado en los años más duros.
Hay que tomar en cuenta su valentía. En Cuba discutió con el temible Fidel Castro, en una atmósfera en que se le consideraba un ser superior intocable. Heberto criticó en sus barbas la falta de respeto a los derechos humanos y cómo se conducía la política en Cuba.
Su vida se acortó por la diabetes. Murió 10 años antes de lo que pudo haber vivido. Cuando se pase la nómina de los héroes contemporáneos, Heberto se destacará sobre todos los demás por su singularidad, generosidad y valentía.