En “la teoría neoliberal el porvenir es una extensión del presente eterno” escribe Fabrizio Mejía Madrid (La Jornada, 10/4/21), y prosigue en su texto imperdible: cada competencia empieza de cero, la libertad consiste en ignorar el futuro que, si acaso, es sólo índice de competitividad, de potencialidad para ser algún día ganador... No se piensa en las condiciones desiguales de quienes no tienen poder para competir (por definición los perdedores), sólo importan las ganancias, no su efecto en la sociedad... Nos hemos habituado a que lo medible en números domine sobre el juicio de qué es lo que se mide y para qué (subrayado nuestro). En otras palabras, los números secos que se han opuesto con beligerancia a las razones humanitarias del ejercicio gubernamental actual no tienen sustento en ningún discurso lógico, ético ni estético, materias constituyentes del verdadero pensamiento y emoción de lo humano, ignorados deliberadamente en el universo empresarial que hoy por hoy, en México, está convertido en un ejército enceguecido (salvo quizás honrosas excepciones que están por comprobarse en el inmediato devenir político), ejército al que se suman los y las aspirantes del triunfo fácil que depende estrictamente, según aprendieron, de su personal grado de ambición, arrojo ciego y valor para arrasar a sus competidores.
Afortunadamente, en la acera opuesta se van sumando multitudes cada vez más numerosas de individuos y colectivos en torno a una conciencia social, recién descubierta, de la colectividad y de un propio yo respetable. Personas capaces de darse a respetar, porque a su vez respetan la colectividad a la que pertenecen: llámese Nación, México, el barrio, la comunidad campesina indígena o mestiza, la familia de principios ancestrales... revalorados por su líder máximo. Y otras personas en las que ha despertado la aspiración a reincorporarse a estos símbolos en caso de haberse perdido un malogrado día, cuando creyeron en el discurso del éxito inalcanzable, a menos de recurrir a contactos no muy honestos y normalmente peligrosos. Y es que las multitudes de hoy saben que sólo la solidaridad social –en la que el gobierno pone el ejemplo– permitirá a cada quien sacar de sí lo necesario para su propio éxito. Que a la vez será el de toda su familia, de su comunidad y, finalmente, de su país.
Pero, derribar la barrera mentalmente infranqueable de las cifras sin explicación, no se logró en sólo dos años, sino que se fue fraguando a lo largo de muchos más por la congruencia y fortaleza moral y física del finalmente mandatario legítimo de nuestro país. Su labor fue mucho más allá de formar un partido. Tal vez por lo mismo ha dejado, al de las siglas con que se postuló y fue elegido, la tarea de consolidarse. Pero lo que los cuadros tradicionales partidarios no han comprendido, es que la 4T son el pueblo votante al que Andrés Manuel López Obrador dio voz y dignidad y éste es invencible, aun si el propio Morena retomara los modelos neoliberales en sus prácticas y discurso. Porque, como diría Fabrizio Mejía Madrid, la gente ya advirtió que el éxito empresarial (y político) no contabiliza lo que nosotros, contribuyentes, pagamos, y no dejará que los nuevos cuadros oculten el impacto de estas políticas en la nueva sociedad. Porque la gente ya se está preparando para la revolución de un futuro en el que pocos creen (aunque la tengan bajo sus narices) y nosotros estaremos en ella.