El reino del mal. En Sanctorum (2019), su largometraje más reciente, el realizador Joshua Gil (La maldad, 2015), aborda el tema de la violencia en México de una forma inusual y sugerente, evitando todo tipo de sensacionalismo gráfico para privilegiar una visión mística con tintes apocalípticos. El título alude al santuario en que se ha convertido todo un país aquejado por los sangrientos enfrentamientos entre los cárteles de la droga y elementos de la policía y el ejército, con todo un pueblo que vive siempre entre dos fuegos.
Filmada en la sierra de Oaxaca con actores no profesionales miembros de una misma familia y hablada en el idioma mixe, Sanctorum narra el caso de una campesina que luego de un enfrentamiento entre policías y narcotraficantes, teme por su vida y la de su pequeño hijo, y encomienda a este último a su abuela para protegerlo. Cuando la madre desaparece sin dejar huella, y la tensión en el pueblo aumenta, un maestro rural se une a los campesinos amenazados para crear un frente de resistencia.
Joshua Gil, director, guionista y cinefotógrafo de la cinta, muestra en un preámbulo la mecánica de una ejecución y de la quema de las víctimas, vista desde lo alto, y eso anuncia las calamidades por venir, en una alusión transparente al caso de Ayotzinapa. Escenas brutales como una masacre en el interior de una casa ganan intensidad dramática al no mostrarse de manera explícita, como sucedía antes en Heli (Amat Escalante, 2013), sino como parte del clima más difuso y misterioso de una vasta diseminación del mal. La perversión que padecen los campesinos radica en la criminalización de su modo de vida. Obligados por las bandas criminales a cultivar mariguana, su supervivencia diaria se acompaña de la permanente acusación de ser, a ojos de la policía, cómplices de las mismas bandas que los explotan. La intervención final de un ejército en principio pacificador termina por arrasar parejo con las víctimas y sus verdugos, cuando no se revela en franca colusión con los mismos cárteles.
A esta brutalidad irreparable el realizador opone la salida metafísica del encuentro del niño huérfano con una naturaleza protectora en las profundidades de un bosque al que acude para clamar con llanto el regreso de su madre. En ese santuario inmenso se une la desolación de la pérdida infantil y las plegarias de todo el pueblo agraviado. Joshua Gil lanza entonces su gran apuesta de capturar, de un modo apocalíptico, todo el vértigo y la furia de la respuesta de las fuerzas naturales (al respecto, la fotografía y en especial el diseño sonoro, son impresionantes). La conclusión, pesimista y desesperanzadora, corre a cargo del propio realizador, quien en conferencia de prensa ha manifestado: “El fin del mundo es mejor que lo que estamos viviendo ahora”. Apostando a un registro espiritual y fantástico, el relato aterriza, inevitablemente, en el duro realismo de una tragedia cotidiana.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12:30 y 17:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1