Con autorización del Fondo de Cultura Económica, ofrecemos a nuestros lectores en esta página dos de los tres cuentos inéditos de Leonora Carrington que se incluyen en Cuentos Completos.
Dos niños, A y B, vivían en el bosque con su anciana abuela. La abuela siempre se vestía de negro, como un paraguas, y tenía una cabecita roja y redonda, como una manzana. Su jabón y su piyama también eran negros, su color favorito. A y B fueron a jugar al bosque con arena blanca. Hicieron un camello. Cuando terminaron, tenía una apariencia muy animada. A y B dijeron:
–El camello está vivo y tiene ojos malvados.
Era cierto, pero empezó a llover y el camello se disolvió en un arroyuelo de arena.
–Qué bueno –dijo la abuela–. No me gustaba ese camello, por su mirada de maldad.
Para el siguiente camello, A y B agregaron un poco de mantequilla a la arena. Su mirada era peor que la del primero y mantuvo su forma pese a la lluvia.
–Si hacemos un ritual mágico, cobrará vida –dijo B. Y sería algo útil, ya que no tenían perro. Entonces el cuervo bajó del árbol y dijo:
–Yo sé lo que hay que hacer para que el camello viva –y rasguñó unas letras en la frente del camello con su garra. El camello se levantó y se dirigió hacia a la casa, con una sonrisa siniestra.
–Es que teme a la lluvia–dijo el cuervo.
–A la abuela no le va a gustar que entre en la casa, está cocinando castañas –dijo A. Los niños se escondieron detrás de un árbol, porque sabían que la anciana se iba a enojar si el camello se metía en la cocina. Tenían razón. Estaba furiosa. Entonces vieron salir al camello con la cabeza de la abuela en el hocico. La cabeza estaba boca abajo y se veía como un paraguas.
–Es que teme a la humedad –dijo el cuervo.
En la cocina, la confitura se estaba quemando. A y B entraron a la casa para rescatarla.
–Sería bueno comer unas papas fritas –dijeron A y B, después de una semana de comer confitura de castañas, pero el camello caminaba lentamente por el bosque, llevando a la abuela como un paraguas. No la soltaba. El cuervo lo veía todo.
–Me deben las joyas de la abuela –afirmó, y tomó un gran joyero de la casa–. Hay que usarlas.
Colgó todas las joyas del árbol, y hay que reconocer que se veían muy, muy bien.