Para la pianista Ana Ruiz enfrentarse a componer una pieza durante la pandemia significó algo más que sólo música: “Tenía los dedos duros por la tensión, sentí que todos estábamos expuestos a morir en cualquier momento, no me salía nada, sentía angustia y terror a cruzarme con humanos. Hasta que un día dije: ‘no voy a fijarme en el tiempo ni en la cámara que me está filmando’. Total que salió una pieza de seis minutos y cuando la escuché en un festival por streaming sentí que tenía que hacer lo que más me gustara. Empecé a grabarme sola en el cuarto del piano y salió este disco que tengo en anaruiz.bandcamp.com. Tenía la necesidad física de librarme de este mundo loco. Tenemos que ser y hacer todo lo que no hemos logrado, vale madre, el mundo cambió, es otra cosa y me dio la libertad de ya no tener miedo a la muerte, no podemos seguir en una sociedad que ya no existe”.
Sentada en el frente de su casa en Tepoztlán, queda claro que ciertos capítulos de su biografía merecen ser contados, más por intentar un registro preciso que por un sentimiento cercano a la nostalgia: “La crítica negativa la recibo casi desde que empecé a tocar, cuando le daba con un puño para tocar a Debussy, o cuando ponía el codo para lograr un efecto. Por mi parte, le criticaba a los del conservatorio su visión inmaculada del piano, creo que hay que cogerse al piano. La ruptura es necesaria, por eso me da gusto la fuga de los jóvenes hacia su propia música, y en eso creo que los improvisadores tenemos parte de la responsabilidad. En cuanto más mujeres veo, más gusto me da, ya no es la mujer que trae el micrófono y la faldita cortita para hacerla en un escenario. Siempre creí que tenías que demostrar quién eras y mover a alguien, aunque sonara Summertime, pero lograr un Summertime que nunca hayan oído y les enchine el cuero, eso es más importante que traer las uñas pintadas”.
Luego de aprender a improvisar sin partituras, una experiencia más trascendental que el conservatorio, a pesar de que había incorporado a Karlheinz Stockhausen y a Luciano Berio a sus enseñanzas, Ana Ruiz transitó por algunos grupos hasta formar Atrás del Cosmos: “Tocamos varios meses en el teatro El Galeón, todos los lunes eran portazo, no quedaba lugar y se sentaban en el piso. Logramos hacer una música diferente, se corrió de boca en boca, la gente quería ver qué era eso tan raro, tal vez no entendían lo que estábamos diciendo, pero les gustaba. Siempre estábamos juntos con Atrás del Cosmos, comíamos lo mismo, ‘tú pica cebolla mientras yo hago esto y tú saca el tequila’. La música es de la tribu, entonces eso es lo que sucedía cuando íbamos a tocar”. Parte del atractivo era el choque con una parte conservadora de la audiencia: “Había lugares donde nos repudiaban terriblemente, entonces empezábamos a tocar el Himno Nacional, luego seguíamos con Las mañanitas y cuando se iba la gente que se tenía que ir volvíamos a tocar. Lo importante era generar una reacción”.
En 1977, tres años después de la formación de Atrás del Cosmos, consiguieron el apoyo económico para traer al país a un músico extranjero y eligieron a Don Cherry, ya que el saxofonista Henry West, por entonces casado con Ana, había trabajado en la grabación de la banda de sonido de La Montaña Mágica de Jodorowski: “Vivíamos en un barrio muy punk y Don Cherry estuvo muy contento aquí; hicimos dos o tres funciones en el Auditorio Nacional y una gira por el país. Tocamos en parques, cárceles, una en Baja California, y él estaba feliz de tocar en una prisión. Me acuerdo de esos conciertos en el que los presos no se querían ir, tuvimos que pedir permiso para seguir porque todo el sistema carcelario es muy duro. Había muchos matrimonios separados dentro de la cárcel, con niños. Don Cherry era mi amigo, casi parte de mi familia, aprendí mucho de esos ensayos, de repente me daba una obra sufí larga de un día para otro. Él se fue a Oaxaca, primero dijo que se iba 15 días, luego un mes, cuando regresó a la ciudad hicimos un par de conciertos más y se regresó a Nueva York”. Las grabaciones que sobrevivieron al tiempo se encuentran en la Fonoteca Nacional y un sello de Inglaterra planea una edición en vinilo de Don Cherry en México.
Después de dedicarse unos años exclusivamente a la maternidad, Ruiz se integró al colectivo La Cocina, invitada por el escritor Alain Derbez, quien la encontró en un concierto de Cecil Taylor. Ya no volvió a dejar al piano y entre sus proyectos destacan el grupo femenino Cihuatl, que tuvo su big bang en el bar Jazzorca de la colonia Portales. Para otra ocasión quedará el poema dedicado a Atrás al Cosmos por el infrarrealista Mario Papasquiaro y cómo se incorporó a los ensayos del compositor minimalista Terry Riley: “Fui a ver el ensayo de su obra In C, pero llevé mi saxofón conmigo, no me gustaba dejarlo en el carro”.