Opinaba a la vez con humildad y contundencia, con claridad y sin subrayados, al menos no conmigo. Para mí era imposible no oírlo por dos razones, me embobaba su conocimiento (cultura y experiencia), me fascinaban lo que yo llamaría tímidamente sus mecanismos de pensamiento, me gustaba su voz, un poco bronca, como muy hecha al sentido de la tierra.
Poco conversamos e incluso tomamos, pero en una de esas nos agarraron las primeras horas de la madrugada poniendo discos de Enrique Guzmán en su departamento. En la ilusión óptica de mi recuerdo, pero quién me dice que no en correspondencia con la verídica verdad, hay un tocadiscos portátil. La portada del LP que no olvido: azul con la foto sonriente del cantante de origen venezolano. No es que elogiáramos mucho al intérprete de La Plaga, pero de que lo elogiamos lo elogiamos.
Sé que se tituló con una tesis sobre Sartre, que siempre andaba despeinado o semi despeinado, que no pesaba o que pesaba lo que el aire y que tenía un mirar añoso como de niño asustadizo y a la vez cautivado por la curiosidad, mejor: por la atención, una atención un tanto pajarera, pero constante.
Sé que podía asistir a una conferencia y sin tomar nota alguna, o algunas pocas, taquigrafiadas (es el único periodista del que he sabido –si me engañara sáquenme del error– que sabía taquigrafía), hacer una nota, una reseña limpísima, fidedigna, puntual.
Se le vio como al paso en una película de Paul Leduc cuyo título, por azares del destino, nombra ahora una revista científica: ¿Cómo ves? La realidad de su presencia, actoral o casual, que no sé por qué me remitió a la de Monsiváis en Los Caifanes, a la de Rulfo en En este pueblo no hay ladrones, es de las que, como en los casos aludidos, dan presencia, realidad, peso, al filme.
No iba al encuentro de la poesía, se la encontraba, cotidianamente.
En la ranura de brisa que nos queda / ojo de agua que mira la montaña / la dulzura del fruto ya vedado / por los cuervos de la temporada // por la antigüedad del llanto ya vertido / por la muerte de un padre ya lejano / tan cerca del ojo que nos mira / desde un sol antiguo y cotidiano.
Con otro texto, Javier Molina envió el anterior a esta columna a principios del año pasado (se publicó en febrero). Vivió siempre a su aire. Eso es de festejar.