En México-Tenochtitlan se aproxima la gran fiesta del mes de Toxcatl (14 al 23 de mayo), fiesta dedicada a los principales dioses de la ciudad: Huitzilopochtli y Tezcatlipoca. Los grandes capitanes de las guerras mexicanas se preparaban para la ocasión, vistiéndose y pintándose. Las danzas empezaron en diferentes lugares de la ciudad, pero sobre todo en la plaza principal del Templo Mayor. Los grandes señores y guerreros eminentes que llevan puestas sus mejores joyas y adornos bailaron incansablemente durante días.
Pero en la ciudad la tensión crece acompañada de toda clase de rumores. El tianguis ya no proporciona todos los abastecimientos que requerían los españoles. Pedro de Alvarado que había quedado al mando en ausencia de Cortés, recibía informes preocupantes de sus soldados sobre el cambio de humor de la población tenochca. Sus aliados, los tlaxcaltecas, conspirando siempre contra los mexicas, informan que importantes personajes de la corte estaban reunidos en el recinto del Templo Mayor, preparando un ataque general contra su cuartel, el palacio de Axayácatl. Quizás Alvarado se acordó de Cholula: debía de adelantarse, descabezar la posible insurrección sin demora, y las danzas en que estaban desarmados muchos de los jefes mexicas ofrecían una ocasión inmejorable. Según Ixtlixóchitl, el 16 de mayo en un momento determinado, cerca de 80 soldados españoles se dirigieron al Templo Mayor. A la orden de Alvarado, sus hombres cayeron sobre los danzantes. Los informantes de Bernardino de Sahagún relatan:
“Inmediatamente, cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos…
“Al momento, todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. Algunos los acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra disparadas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza…
“Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban adónde dirigirse… Y los españoles andaban por doquiera en busca de las casas de la comunidad: por doquiera lanzaban estocadas, buscaban cosas: por si alguno estaba oculto allí…”
Fue verdaderamente un genocidio. Los guerreros mexicas ni siquiera conocían el uso mortífero de la espada. Los españoles lograron su objetivo: matan a unos 3 mil nobles y capitanes, la élite mexica quedó descabezada. Pero lo que fue una sorpresa para ellos fue la reacción espontánea y bravía del pueblo tenochca. México-Tenochtitlan no es Cholula, la respuesta en extremo violenta de los guerreros, no tardó en darse. Se oyeron llamados a las armas y de regreso a sus cuarteles los españoles y sus aliados indígenas, se encontraron fuertemente sitiados. En ausencia de los generales, los calpuleques (jefes de calpulli) abrieron los arsenales y llamaron a todos los hombres hábiles, para tomar las armas. Y como el ejército mexica es el pueblo armado, se inició la guerra.
Los tenochcas trataban de forzar las entradas del cuartel español sin poder romper la barrera de acero que les oponían los sitiados. Otros disparaban nubes de flechas, piedras y dardos desde los techos de los edificios vecinos y otros más intentaban socavar los muros. El combate no cesó hasta caer la noche y al otro día se reanudó muy temprano, los indios vuelven al asalto con gran arrojo. Durante tres semanas los tenochcas acosaron a los españoles obligándolos a encerrarse en sus cuarteles, privándolos de alimentos y agua. Cortés regresó a Tenochtitlan después de haber vencido al enviado de Diego Velázquez, gobernador de Cuba. Regresó con una tropa muy crecida con los desertores de Narváez: llevaba consigo mil 300 hombres muy bien armados y varios miles de aliados indígenas de varias etnias. Pero su refuerzo no logró cambiar la desesperada situación de los sitiados y el 30 de junio en la noche Cortés, convencido de que estaban en una trampa mortal, decide abandonar Tenochtitlan.
La huida por la calzada de Tlacopan se transformó rápidamente en un desastre. Los guerreros mexicas aparecían por todos los costados, tirando piedras y dardos, dando lanzadas y golpes de macuahuitl, arrastrando a los intrusos sobrecargados de botín a los canales o a las aguas de la laguna. Estaban en las canoas, en la calzada, en los techos de las casas combatiendo sin descanso, deshaciendo la columna incapaz de maniobrar, tomando prisioneros que enseguida llevaban a inmolar al templo de Huitzilopochtli. La retaguardia no logró salir y fue masacrada. El terror se apoderaba de los fugitivos, entre los alaridos de los guerreros y el estrepito de los grandes tambores de guerra. Cortés perdió en la que después los españoles llamaron Noche Triste más de 800 soldados y 2 mil guerreros aliados, así como todo su equipo pesado. Para los mexicas fue una gran victoria, quizás la mayor de toda la guerra contra el invasor. Con dificultades Cortés logró regresar a Tlaxcala, donde sus habitantes lo recibieron en paz y ayudaron a los sobrevivientes a curar sus heridas, y a descansar por más de un mes. Después, Cortés, con algunos refuerzos llegados de Cuba, comenzó a hostigar a las tropas mexicas estacionadas en diferentes puntos de la meseta central, para aislar a la ciudad de México-Tenochtitlan. En esas campañas la composición de sus fuerzas era de 50 o más indios por cada español.
*Historiador mexicano. Autor del libro: La conquista, catástrofe de los pueblos originarios.