Uno. Ante las convocatorias publicadas por la SEP para reformar los libros de texto, que han causado malestar entre ilustradores gráficos y maestros, recupero y sintetizo las conclusiones de un seminario que trabajó a lo largo de 2019 y 2020, integrado por medio centenar de pedagogos e historiadores, que proponíamos transformar, no reformar, los planes y programas de historia. Ese seminario contaba con el aval del anterior secretario de Educación Pública y con la idea de que, contra anteriores reformas, ésta debería hacerse sin prisas y con la participación directa de los maestros y su experiencia frente a grupo.
Partimos de las evaluaciones que entre 2006 y 2018 mostraban que la historia era la materia con más bajas evaluaciones y resultados en la educación básica. Creemos que se debe a que los contenidos de los planes de estudio desde tercer grado de primaria hasta sexto de bachillerato están estereotipados, estandarizados, separados de la vida cotidiana de los alumnos y transmitidos mediante materiales obsoletos. Aunque el programa actual anuncia que el alumno debe comprender e involucrarse en las problemáticas de su comunidad, ninguna de las temáticas le brinda las herramientas necesarias. No porque éstas no sean compatibles con los contenidos, sino porque los contenidos no hacen preguntas sobre aspectos vivenciales, ni enseñan a historiar la experiencia de las personas y comunidades que los consultan; todos esos elementos, dificultan su apropiación y, por tanto, su aprendizaje.
Estamos convencidos de la urgencia de rediseñar los planes y programas de historia en la educación básica y media superior y de generar materiales didácticos adecuados a la materia y a nuestros tiempos: una historia que ponga énfasis en los procesos, en los actores colectivos, en las transformaciones sociales, en la vinculación entre pasado y presente, desde una perspectiva de equidad de género, multicultural, multiétnica e incluyente, que tenga por objetivo la formación de una conciencia histórica crítica y participativa en estudiantes y docentes para lograr una educación histórica orientada no al alumno escucha, sino al alumno activo.
Dos. La enseñanza de la historia se inicia con el surgimiento de los llamados “estados nacionales”. Buscaba generar una “identidad nacional” que unificara a la población en torno a símbolos y significados “comunes” y justificar el poder de las clases dominantes. La escuela decimonónica que, en muchas latitudes, inauguró propiamente los sistemas educativos, tuvo en palabras de Justo Sierra la misión de “hacer patria y formar ciudadanos”. Ello, en la práctica, implicó tareas clave a cargo del Estado educador: construir una narrativa épica que explicara su fundación, moldeara la conciencia de los ciudadanos y regulara su actuación social. De ahí su inserción temprana como parte de los currículos de estudio de la educación elemental, así como su permanencia a lo largo de más de dos siglos de vida independiente. Si tales eran las intenciones de enseñar historia, no deberían sorprender los métodos empleados: repetición de fechas, culto al héroe, exaltación de valores patrióticos.
¿Sigue siendo eso lo que queremos de la enseñanza de la historia?
La narrativa histórica escolar y su proceso de enseñanza-aprendizaje sigue respondiendo a su función de génesis. Pese a que las reformas han pugnado por aminorar el énfasis en los “grandes personajes” y eliminar el enfoque memorístico, en la práctica permanece el culto de los héroes nacionales (sean los tradicionales o los nuevos héroes de la derecha) y la repetición, más que la construcción, del contenido histórico.
La selección de contenidos escolares, concretados y difundidos a través de planes, programas y materiales escolares, en la actualidad resaltan de manera prioritaria la participación histórica e intereses de las élites. Aunque en la academia se exalte la recuperación de diversas identidades, y sus significantes, y pese a que uno de los propósitos de enseñar historia en educación básica y media superior es incorporar la participación de múltiples actores sociales, se puede constatar que en los contenidos curriculares y el material educativo se mantiene una narrativa centrada en grupos de poder, que subestima las historias de los pueblos, las comunidades, las mujeres, los obreros, los indígenas y, sobre todo la historia que pudiera ser significativa para los educandos.
En las reformas recientes se señala la importancia de que los alumnos participen en la toma de decisiones y solución de problemas, pero ese punto sólo se retoma al final del ciclo escolar, cuando es difícil que se aborde. Se propicia así que los estudiantes mantengan una actitud pasiva frente al pasado como algo que no se puede cambiar, resultado de la acción de adultos que “hacen historia”, lo que podría llevar a pensar que no es posible ni deseable la participación de niños y adolescentes en la vida comunitaria y social.
Sostenemos que la historia escolar debe ser un medio para ubicar al alumno en su presente y permitirle intervenir en la construcción de un futuro personal y social. En la construcción de una ciudadanía informada, crítica, participativa y comunitaria.
¿Cómo proponemos hacerlo? Lo contaré en mi próximo artículo.