A los incalculables daños colaterales de esta guerra de alta intensidad llamada pandemia, de discreta letalidad pero de enormes perjuicios para el grueso de la población mundial, como la creciente escasez de empleo y de agua, el aumento de la contaminación ambiental por el desecho de millones de artículos sanitizadores y tapabocas, esa dudosa pieza convertida en memoriómetro al reducirse a fastidioso objeto olvidable, más el dilema de moda en torno a la vacuna, hay que añadir la relación padres-hijos-escuela, deteriorada antes del Covid y hoy crítica, con todo y la intentona de la Asociación Nacional de Escuelas Particulares.
“Sin exagerar, puede decirse que la relación padres-hijos era de 80 por ciento ausente y 20 por ciento asfixiante, por la necesidad de la mayoría de los padres de salir a trabajar o la supervisión compulsiva de algunas progenitoras, más por falta de costumbre y culposo cumplimiento de una obligación olvidada que por un criterio verdaderamente orientador en la educación de los hijos”, señala miss Adriana, experimentada maestra en una secundaria particular.
“Por motivos laborales pero no sólo ésos, hace años los padres confiaron la formación de la prole a profesores y maestros, como si esa preparación moral no requiriese primero del ejemplo cotidiano de los propios padres. De ahí la disminución de conciencia individual y colectiva en nuestro país y de civismo, ni hablar. Si a esta débil formación en casa agregamos el confinamiento, una telesecundaria obsoleta, limitadas herramientas formacionales y profesionales del magisterio y la influencia, con frecuencia nociva, de las tecnologías de manipulada información y comunicación, el panorama no puede ser más alarmante ya que formación, enseñanza y educación se traducen en estrés, rebeldía y desconcentración en niños y jóvenes, tanto en clases como en el tiempo libre.
“Con la pandemia los padres ya no cuentan con escuelas-guarderías, y una extendida neurosis ocupa el lugar de la eventual formación a cargo de los padres. Los chicos parecen decir: ‘Si en mi casa hago lo que quiero, afuera también, y más si él o la profesora no me ven’. Con las clases virtuales la socialización se pierde, el aprendizaje no es activo-sensitivo, el profesorado difícilmente se interrelaciona con los padres y sólo una minoría de éstos se ejercita o hace deporte junto con los hijos”, concluye preocupada miss Adriana.