De por sí desigual y subdesarrollada, con la pandemia América Latina y el Caribe no sólo reforzó tan lamentables condiciones, sino que ha obtenido otro terrorífico galardón, pues se ha convertido “en la región más endeudada del mundo en desarrollo y la que tiene el mayor servicio de deuda externa en relación con las exportaciones de bienes y servicios (57 por ciento)”.
Ante la mayor crisis sanitaria del último siglo, gran parte de los gobiernos regionales simplemente aplicaron la sobada fórmula neoliberal: endeudarse hasta la coronilla para “resolver” los efectos sociales y económicos de la pandemia, aunque en los hechos lejos de solucionarlos sólo los profundizaron y a estas alturas carecen de todo, porque lo poco que hay es para atender los “compromisos” de la deuda.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advierte que “en todos los países de la región, sin excepción, la situación fiscal se ha deteriorado y el nivel de endeudamiento del gobierno general ha aumentado, y se espera que entre 2019 y 2020 dicho endeudamiento reportó un incrementó de 68.9 a 79.3 por ciento del producto interno bruto (PIB)”, lo que sólo ha reforzado la de por sí delicada situación social y económica, toda vez que el débito y su servicio alcanzan niveles verdaderamente peligrosos que reducen a la mínima expresión el margen de maniobra.
De acuerdo con el análisis del organismo especializado de la ONU, “la pandemia de Covid-19 ha magnificado las brechas estructurales de los países de la región, al tiempo que ha ampliado sus necesidades financieras para afrontar la emergencia y generado un aumento de los niveles de endeudamiento que pone en peligro la recuperación y la capacidad de los países para una reconstrucción sostenible y con igualdad”.
Los datos disponibles de los países de América Latina y el Caribe señalan que “el financiamiento que el Fondo Monetario Internacional otorgó en el marco de sus programas Instrumento de Financiamiento Rápido y el Servicio de Crédito Rápido sólo cubrió 32.3 y 23.1 por ciento en promedio, respectivamente, de las necesidades de financiamiento internas y externas que los países tenían en 2020. Esto equivalía a 0.8 y 2.1 por ciento del PIB, y a 6.5 y 8 por ciento de las reservas internacionales, respectivamente”.
En 2020, América Latina y el Caribe enfrentó la peor crisis de la que se tenga constancia y la mayor contracción económica del mundo en desarrollo (el PIB y la inversión se redujeron 7.7 y 20 por ciento, respectivamente). Los datos disponibles también muestran que la caída de la inversión respecto de la del PIB fue mayor en la región que en otras regiones en desarrollo, de tal suerte que la pandemia por Covid-19 “ha profundizado las brechas estructurales e institucionales”, pues hasta ahora ha afectado gravemente las estructuras productivas y el mercado laboral: más de 2.7 millones de empresas han cerrado y el número de personas desempleadas ha aumentado hasta situarse en 44.1 millones.
La Cepal subraya que “la cantidad considerable de empresas que han cerrado y de empleos que se han perdido, sumada al hecho de que los segmentos más vulnerables de la población se han llevado la peor parte de la crisis, ha provocado que el número de personas en situación de pobreza pasara de 185.5 a 209 millones (de 30.3 a 33.7 por ciento de la población total). Además, el número de personas en situación de pobreza extrema aumentará hasta alcanzar 78 millones”.
En el contexto de la pandemia, la agenda de financiamiento para el desarrollo plantea dos retos interrelacionados. A corto plazo, favorecer la expansión del gasto público en salud y prestar atención especial a los grupos vulnerables, en particular a los segmentos de ingresos bajos y a las personas mayores. Además, las políticas de financiamiento para el desarrollo a corto plazo también son necesarias para compensar los efectos perjudiciales que las políticas de contención, basadas en el distanciamiento físico y el aislamiento voluntario, tienen sobre la actividad económica, el tejido productivo (la estructura productiva) y el empleo.
Las rebanadas del pastel
Luis Almagro, el putrefacto agente del Departamento de Estado disfrazado de secretario general de la pestilente OEA, debe largarse ya, y no sólo porque lo demandan más de 30 líderes políticos y sociales de América Latina, sino porque así lo exige la patria grande.